LA HUERTA DE LORCA
Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
En 1981 se llegaba a la Huerta de San Vicente, llamada así en honor a
Vicenta Lorca (madre del poeta), por un sendero rodeado de otras huertas de
flores y hortalizas con el constante sonido del agua de las acequias (ese
sonido tan presente en Granada). Recuerdo el olor a las higueras que crecían a
intervalos por el camino y de las que comíamos unos higos sabrosísimos. La casa
no estaba, no está, lejos de Granada -hoy integrada en la ciudad-, pero ese
sendero de tierra hacía pensar en iniciar un paseo, un viaje, una aventura.
Después de unos viente minutos, en una bifurcación, te encontrabas con la casa
blanca de dos plantas y de tejas rojas tan típicamente andaluza. En la puerta
de entrada, un jazmín le daba un perfume inconfundible a las tardes de sol y
frío. Si te colocabas frente a la casa, se veía a la derecha la ciudad y detrás
la sierra muy nevada, en especial en invierno, y a la izquierda, la Vega, uno
de los trozos de tierra más fértiles de Andalucía que el crecimiento de la
ciudad ha cercenado poco a poco.
Entonces, la casa pertenecía a la familia García Lorca. Había que llamar a
la puerta de los caseros para entrar gratis. Es difícil creer que nos abrieran
siempre con una sonrisa y nos dejaran deambular por las habitaciones de la
casa. Quizás el hecho de venir de Argentina jugaba a nuestro favor o quizás
fuera la ferviente admiración de mi madre por Lorca que sabía trasmitir a la
perfección. Yo había llegado a Granada, sin ningunas ganas de emigrar, con el
aliciente de que era la ciudad de Federico y que, por consiguiente, tendría la
misma magia que su poesía y su teatro.
La municipalidad adquirió la casa en 1985 y la convirtió en un museo por el
que se paga una entrada muy barata por una visita guiada de media hora. El
Parque Federico García Lorca rodea la casa. «No es bonito, pero es mejor que
edificios», comenta el guía y es cierto, pero mejor todavía hubiese sido
conservar ese camino de tierra con higueras que recuerdo de la adolescencia.
Por suerte, el jazmín sigue allí como único testigo de ese otro lugar donde
todavía había huertas y una Vega para el esparcimiento dominical.
En la planta de abajo se conserva la casa más o menos como estuvo en los
años en los que veraneaba la familia -de 1926 a 1936-. Se entra por un
recibidor amplio que distribuye el comedor y salón a la derecha, y otro salón a
la izquierda con el piano de media cola que tocaba Federico y algunos cuadros:
Mujer fumando en pipa de Dalí, el retrato de Lorca pintado por Gregorio Toledo,
decorados y bocetos de las obras de teatro de La Barraca. También están
colgados el diploma de maestra de Vicenta Lorca y de Derecho de Federico. El
guía apunta que la madre obtuvo un Sobresaliente mientras que el poeta un
simple Aprobado; y es que sólo cursó los estudios para complacer a su padre,
nadie dudaba de que su futuro era la literatura. Y en un rincón, el gramófono
donde el escritor escuchaba música, parte inequívoca de su formación. En esta
planta también está la cocina, donde se dice que se fraguó más de un diálogo de
sus famosas obras de teatro, y la habitación de su hermano Paco, también poeta,
cerrada al público.
En la planta superior, la habitación de Lorca tiene una cama pequeña y un
gran escritorio donde se acabaron obras como Romancero gitano, Bodas de sangre,
Yerma, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, El Diván del Tamarit… Según cuenta su
hermana pequeña, Isabel, en su biografía, Federico trabajaba con gran
intensidad, sobre todo, por las noches. A veces, durante la tarde (cuando el
calor obligaba a la reclusión total) le leía un pasaje. Ella le decía que le
gustaba aunque no sabía por qué. Federico prefería esta respuesta a ninguna
otra, siempre alejado de la adulación fácil. En la pared junto a la ventana,
hay un cuadro de Rafael Alberti, un regalo de la época de la Residencia de
estudiantes de Madrid.
En las habitaciones de los padres y las hermanas se ha dispuesto una
exposición fotográfica de la familia y de la evolución de la casa hasta hoy.
Las más interesantes son las de los veranos. Una familia unida, abierta,
alegre, decididamente muy singular para el ambiente cerrado y conservador
granadino (un ambiente que acabó con la vida del poeta en 1936). Hay fotos de
Federico con sus hermanos Paco, Concha e Isabel; con sus sobrinos Tica, Manolo
y Conchita; con su cuñado Manuel Fernández Montesinos (también asesinado por la
dictadura franquista), y con otros muchos visitantes. Las fotos más tristes son
las de la familia en la Huerta en 1937; su hermana Concha, vestida con un luto
riguroso tras la muerte de su marido y de su hermano, sonríe mientras posa con
sus tres hijos.
Me voy cuando ya es de noche, paso por el parque y oigo el ruido del agua
de una fuente de un color rosa de dudoso gusto. Todo parece haber cambiado, me
siento afortunada de haber visitado este lugar cuando se tocaba el timbre y los
caseros, ya muy viejos, abrían la puerta a ese mundo lorquiano que al menos
sigue presente en esta casa y en sus libros.
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