Por
Nico Raterbach
Los
‘70 son tan ambiguos como el rock mismo. Podemos encontrar en las bateas lo
peor y más nefasto del rock, así como las joyas más perfectas de su historia.
Claro que es una apreciación subjetiva, pero puede sostenerse. Con los
escarabajos separándose a mediados de la década y los Stones consagrados y
repitiendo éxito tras éxito, lo nuevo venía de la mano de los excesos detrás de
la fórmula que permita llegar a los top ten de Europa y EEUU. A esas fórmulas
me refiero, con lo negativo de la década. Surgían jóvenes en todo el mundo con deseo
de triunfar, de llegar a ser los nuevos Beatles, vivir el sueño del sexo, las
drogas y billetes que venían con el rock. Aparecieron muchísimos talentos, pero
en esa ecuación el propio género se corrompió y comenzó la decadencia. Led
Zeppelin, Deep Purple, Pink Floyd, llevaron el
virtuosismo a los límites. Si bien había excelentes compositores y mejores
ejecutores, la complejidad empezaba a tener que ser sinónimo de excelencia.
Queen nace en el 74, y sumado a las performances de Freddie Mercury y a su voz
de ángel -que tenía completamente domesticada a sus caprichos-, fue dentro del
mainstream, original e innovador. Como no podía ser de otra manera, eran de
Inglaterra. Por supuesto que además reventaban taquillas alrededor del mundo. También
la música comenzaba a endurecerse, a buscar distorsiones y experimentar. De
esas experiencias surgieron los australianos AC/DC, Motorhead y en otro plano
musical, The Who, quienes venían arrasando desde los ‘60 pero se inmortalizaron
con su álbum “Quadrophenia”. Por debajo, tal vez es la década más fructífera
del siglo XX en lo musical. Pero salvo excepciones, el rock perdía rebeldía,
tanto en sus letras, como en su sonoridad.
Los adolescentes de los ‘60 podían comprar un disco con una docena de
canciones. En los ‘70, la mayoría de los grupos vendía álbumes con dos
canciones por lado, con interminables solos de guitarra que provenían del
onanismo musical de sus ejecutantes y entusiasmaban bastante poco. El rock no
agonizaba pero entraba en caja y solo se aceptaba una imagen desprolija, aunque
con cuentas bancarias ordenadas. Los Rolling se mudan a Francia por cuestiones
impositivas. Los contratos con disqueras tenían más ceros que virtudes. Y para
colmo de males, la bonanza económica de los piases centrales se desaceleraba,
luego de casi 30 años de belle epoque, eso generaba jóvenes disconformes en la
cola del paro. El Reino Unido tenía miles de desocupados. En EEUU la generación
hippie tenía resaca y ya todo estaba experimentado; a partir de entonces, solo
quedaba el exceso. Aparece la música
disco, que empalaga y hace culto de lo banal y efímero. En ese horizonte, en
Nueva York, en Forest Hill, barrio malevo de la gran manzana, aparecen cuatro
tipos con canciones de dos minutos, simplísimas, que te dicen qué quieren y qué
no. Punk music le dicen al estilo: y a ellos, Los Ramones. En el ‘76 graban un
disco con menos de 7000 dólares y son invitados a tocar en Inglaterra, la magia
se repite. Dice la leyenda, que entre el público estaban los que formarían las
bandas más significativas del género. Lo mismo que una década antes cuando
Lennon, McCartney y Richards fueron testigos de la invasión americana. Pongamos
en una probeta social: Londres, miles de jóvenes sin trabajo pertenecientes a
una generación que no tiene ningún pergamino, música sencilla (y mal tocada) con
letras virulentas, una base ideológica/filosófica nihilista por momentos,
aguerrida por otros. Allí tendremos un movimiento, no solo un nuevo género. El punk
vino a darle una patada en el culo al rock, a despertarlo de la modorra de las
drogas lisérgicas, a darle un contenido ideológico fuertemente contestatario. Además
de esto, miles de inmigrantes de las colonias desembarcaban en el Reino Unido,
trayendo sus petates y su música. Desde Jamaica, hacen lo propio trayendo el
reggae y el ska. En las barriadas periféricas de las ciudades inglesas, jóvenes
blancos y negros se integran alrededor de esa música, también con un fuerte
contenido antifascista. El Sr. Robert Nesta Marley, un Gardel del Caribe,
impulsa el reggae en el mundo y es canonizado por los cultores del género y la
religión rastafari.
Sumado
a la explosión punk, con los Sex Pistols, The Clash, Sham 69, The Buzzcocks y
cientos más, la mezcla de estilos da lugar a la reggae punky party a finales de
los ‘70. Madness, The Specials,
The Skatalites, son hoy bandas de culto.
En
castellano se había diluido el rock peruano y Argentina parecía ser el único
país en que algo valía la pena. Se copiaba perfecto lo que venía desde EEUU y
salvo excepciones, eran réplicas bastante fieles y aburridas, con algunas
pinceladas spinetianas de poesía, nunca tan penosas como el rock español de
Franco. Los ‘70 fueron tal vez la década más importante de la historia del rock,
por cantidad de bandas y de hermosas canciones. Por haberle dado este
resurgimiento en el momento de la agonía y traer frescura. Pero
fundamentalmente, porque todo lo que hoy escuchamos tiene su raíz allí. Ni Amy
Winehouse ni todos esos pibitos de Manchester que juegan a la música, ni nada
de lo que aun hoy es rock, hubiera existido, sin los fastidiosos ‘70.
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