Por Carina Sicardi / Psicóloga / casicardi@hotmail.com
Rosa
es una mujer de barrio, tan semejante a
todas las demás en apariencia, como diferente en la historia que disimulaba
detrás del batón y los ruleros.
Ella
llegó a consulta por la derivación del cardiólogo. Mucho no entendía cómo era
eso de haber ido al médico porque los dolores en el pecho y las palpitaciones
aumentadas eran cada vez más frecuentes, y que éste le dijera “que no tenía
nada”.
Muchos
menos entendía qué tenía que ver eso con que hoy estuviera consultando, por
primera vez en sus 65 años, a un psicólogo; pero era obediente y respetuosa del
saber médico y si el doctor lo decía, había que hacerle caso…
Hacía
45 años que estaba casada con Oscar. Criaron cuatro hijos varones, que le
dieron doce nietos, una de las cuales, Sabrina, adolescente de 16 años, vivía
con ellos por elección, y era su debilidad y la dueña del brillo de sus ojos.
Todo
estaba bien para la foto familiar, pero la novela diría otra cosa.
Sus
rasgos parecían señalar que no era oriunda de estos pagos, y así era. Su
historia comenzó en La Rioja. Su madre era venerada y sus dichos eran repetidos
en cada sesión con la misma emoción en la voz. Ella había fallecido años atrás,
mientras vivía acá, con Rosa. De Mendoza vino su hermana para el velatorio y
aquí, justo en el momento en que ambas se reencontraban para sostenerse en el
dolor, Elena, su hermana, sufrió un infarto y también murió, con sólo dos días
de diferencia. Fue por entonces cuando ese agujero lleno de ausencia de Rosa,
fue creciendo sin control.
Pero
otras ausencias tapadas por años precedían a esas dos… Esta mujer hoy estaba
sufriendo sin que se note. Alguna vez fue Rosita, la voluptuosa y bella morocha
de minifaldas que no pocas miradas -de admiración algunas, lascivas otras-,
recibía.
Sin
embargo, esos ojos que ella amaba, los de Oscar, no la miraban, o sólo a veces,
cuando no se perdían en otras historias de amor. Eso fue transformando a la
pareja. Él comenzó a ser autoritario, agresivo con la palabra, la cual se
convirtió en la única que tenía valor y peso entre ellos. Aún así, la
sexualidad seguía siendo un punto de encuentro. Esto generó no sólo a los
cuatro hijos que criaron, pero no eran tiempos en que Rosita pudiera revelarse
a las órdenes del marido… Dos más
hubiesen sido en esta familia, lloraría sin consuelo en muchas de las sesiones
que conformaron el tratamiento…
¿Cómo
imponerse con éste hombre si el dueño de su primer amor, su padre, los abandonó
siendo muy pequeña? Eso la ubicó en un lugar de sufrimiento, de hambre y
soledad, planchando parada en un banquito desde los ocho años para una “familia
bien”, quedando sola con su hermano mayor discapacitado mental, según su
discurso, que abusó de ella y quedó en el más absoluto secreto jamás contado…
Sólo
algo vino a salvarla, eso que le dio vida y la resignificó. El amor de Roque,
que desde hacía treinta años teñía sus días de colores.
Allá,
en el mismo momento en que logró contarlo, su cara se iluminó, una sonrisa que
dejaba adivinar a Rosita apareció de repente y la emoción la alejó de los
dolores que la aquejaban. Pero ese amor salvador, era prohibido… Muy prohibido.
No sólo por ser los dos casados, sino por ser Roque familiar cercano de Oscar.
Ese
era su dolor… El haber decidido entre ambos, después de tantos años, terminar
esa historia “por el bien de todos”; menos de ellos. Claro que sentía
infartarse, por supuesto que sentía morirse, y su corazón así lo relató.
Un
día me dejó una canción que resumía ese momento: “Quiero que sea esta noche, sólo un recuerdo, quiero apartarte por
siempre de mi corazón, porque nos une un destino equivocado, que por desear lo
imposible, nos llenará de dolor…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario