MUSEO DE ESCRITORES
Por Ana Guerberof / ana.guerberof@gmail.com
El
Museo de escritores de Dublín está en el lado norte de la Plaza Parnell, donde
se encuentra el Jardín de la memoria en homenaje a los que perdieron la vida
por la libertad de Irlanda. Y justamente aquí me encuentro a un grupo de unos
cien manifestantes a favor de la legalización de la marihuana con fines terapéuticos.
¡Es sorprendente ver lo que ha cambiado Dublín en los últimos veinte años! En mi primera visita en 1992, el divorcio y la
homosexualidad eran ilegales, y la ciudad parecía anclada en la idea romántica
de una Irlanda rural y celta que Éamon de Valera y la Iglesia Católica habían
impuesto casi a la fuerza.
El
museo se abrió en 1991 y como casi todo en esta parte de la ciudad (la norte), está
algo deteriorado, la brecha social es cada vez más visible, aunque las
multinacionales no dejan de instalarse aquí. La planta baja consta de dos
habitaciones que resumen con carteles explicativos, fotografías, cartas,
objetos personales y primeras ediciones el esplendoroso pasado literario de la
isla. La primera planta tiene dos salones más elegantes destinados a actos
públicos.
No
es de extrañar que Dublín muestre su herencia literaria, de los ocho premios
Nobel con los que cuentan, nada más ni nada menos que cuatro son de literatura:
W. B. Yeats (1923), George Bernard Shaw (1925), Samuel Beckett (1969) y Seamus
Heaney (1995). Cualquiera que haya vivido aquí un tiempo sabe que los
irlandeses son grandes contadores de historias y esta tradición oral ha dado
origen a un impresionante conjunto de escritores. Si no me creen, lean la
muestra que les presento a continuación.
En
la primera sala se resume la literatura antes del s. XX. Aquí se puede leer
sobre el autor de Los viajes de Gulliver,
Jonathan Swift, decano de la Catedral de San Patricio, quien se caracterizó por
la crítica social y el humor negro. Tuvo una gran influencia en otros de los
autores aquí presentes, Oliver Goldsmith, que puso de relieve la precaria situación
social de entonces. También está Maria Edgeworth, considerada la primera autora
realista de tema estrictamente irlandés. Varios autores románticos, entre ellos
Lady Morgan, James Clarence Mangan, Thomas Davis o Charles Lever, intentaron dejar
una imagen distinta de los irlandeses como contraposición a la imagen de
salvajes y brutos que se veía en las caricaturas de los periódicos inglesas de
la época.
Pero
los irlandeses también son pioneros en la literatura gótica de terror. El gran
representante es, sin duda, Bram Stoker, el famoso autor de Drácula del cual se vendieron un millón
de copias en el año de su publicación y que, desde entonces, nunca dejó de publicarse.
La primera edición de 1897 se muestra en una de las vitrinas de esta sala.
Junto a él otros autores del género como Charles Robert Maturin y Joseph
Sheridan Le Fan que escribió Carmilla,
la historia de una mujer vampiro considerada como la antecesora del famoso
Drácula.
George
Bernard Shaw y Oscar Wilde ocupan un lugar destacado. La distancia que les
confería el ser de “fuera” les permitió crear un retrato más irónico y crítico de
la sociedad británica. Descubro que Shaw era vegetariano y un pacifista
consumado que condenó a los dos bandos en la Primera Guerra Mundial y apoyó al
nuevo Estado Irlandés, lo que se tradujo en un aluvión de críticas. Cierra la
sala Lady Gregory, quizás la menos conocida fuera de estas fronteras, una
escritora e intelectual que junto a W. B. Yeats fundó el teatro nacional, Abbey
Theatre, con el objetivo de apoyar la cultura y la lengua irlandesas. Su casa
era un centro intelectual y fue la figura más influyente del llamado Irish Literary Revival.
Precisamente
la segunda sala recoge la fundación del teatro a principios del s. XX, donde se
representaron obras de John Millington Synge, autor de El playboy del mundo occidental. Sus obras tratan sobre la vida de
los campesinos católicos de la Irlanda rural con grandes dosis de humor, pero
también de dramatismo. Un lugar especial lo ocupan los intelectuales del Alzamiento
de Pascua de 1916 a favor de la independencia. Tras aplastar el intento de
revolución, los ingleses ejecutaron a los rebeldes entre los que se encontraban
los poetas Patrick Pearse, Thomas MacDonagh y Joseph Plunkett.
El
autor irlandés más conocido del s. XX James Joyce (del que ya les hablé en una
de estas crónicas) está aquí presente; podemos escuchar al propio autor leyendo
el pasaje Anna Livia Plurabelle de Finnegans
Wake, casi parece que Joyce cantara una canción tradicional. Comparte sala
con muchos otros autores del siglo XX: Elizabeth Bowen, Sean O’Flaherty, Frank
O’Connor, Sean O’Faolain, Flan O’Brien, Patrick Kavannagh, o el carismático
Brendan Behan.
En
esta sala no podía faltar Samuel Beckett. Quizás lo más llamativo sea el teléfono
de su apartamento de París con dos botones, uno rojo para impedir las llamadas
y otro verde para aceptarlas, que solo activaba en determinadas horas
convenidas con sus amigos. El título de su biografía por James Knowlson, Condenado a la fama, refleja
perfectamente su idea de vida; amigos, sí y muchos, pero mundanal ruido,
ninguno.
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