Cine


TOLSTOI, ENTRE LA TEORÍA Y EL AMOR


Por Lorena Bellesi

El director Michael Hoffman elige contar en su película “La última estación” (“The last station”) los postreros días de la vida del consagrado e inmenso escritor León Tolstoi, referente absoluto para muchos jóvenes de la época, quienes se sentían identificados con sus ideales de justicia social, libertad y verdad. La Rusia de comienzos del siglo XX era un  convulsionado escenario, y la cámara de Hoffman sutilmente deja entrever ese mundo en crisis no sólo mediante la poderosa fuerza elocutiva de las palabras de Tolstoi, sino también encuadrando su relato en el mundo rural de ese tiempo. Los campesinos, víctimas de un abusivo sistema “feudal”, son testigos mudos de todo lo que sucede a su alrededor, sin embargo  su presencia es la evidencia de una fuerza contenida.
A nivel argumental, todo gira en torno al tema del LEGADO, al intento por determinar quién es el auténtico merecedor de las palabras e ideas de Tolstoi llegado el momento de su desaparición, es decir, de lo que estamos hablando es de una herencia prácticamente invaluable. Las consecuencias no tardan en surgir. Una doble confrontación atraviesa toda la película producto de formas distintas de ver e interpretar la realidad, y es el espectador quien se ve obligado a tomar partido, es el que queda inmerso en un debate muy actual entre la incumbencia de lo público (el pueblo) y lo privado (la familia).
Por un lado, el escritor se ve obligado a contrarrestar los reproches y cuestionamientos de su esposa, la Condesa Sophía, y una vez más la actriz Helen Mirren brilla. La aristócrata mujer desconoce a su marido, se siente alejada de él, añora un remoto pasado y sufre, sobre todo sufre, tal cual heroína griega. El dramatismo que Sophía impone a muchas escenas, parece acercarla a una  protagonista literaria que el matrimonio tenía muy presente: Ana Karennina. La figura de Tolstoi oscila entre la fragilidad de su cuerpo y la lucidez de su pensamiento. Interpretado impecablemente por Chistopher Plummer la composición del personaje es la representación fundamentalmente de un Hombre, un hombre sabio, humilde y desinteresado, que hasta se burla de sus propios acérrimos seguidores, quienes intentan acatar al pie de la letra los preceptos instituidos por él mismo, sobre todo en lo concerniente al plano espiritual.  
Por otro lado, el razonamiento tolstiano, las ideas que lo sostienen se enfrentan a su puesta en funcionamiento que toma la forma de comunidades campesinas bucólicas, donde sus discípulos conviven según lo estipulado por las prédicas del autor. Desde este lugar asoman distintas discordancias materializadas en la aparición del nuevo secretario del escritor (un magnífico James McAvoy), y el descubrimiento por parte de éste del amor.
El amor es el elemento combustible y desestabilizador de la película, todos los personajes parecen regirse por lo que su corazón les dicta, pero no es mero romanticismo. El epígrafe, extraído de “La guerra y la paz”, lo anticipa de forma elocuente: “Everything that i know, i know only because i love”.  Todo lo que sé, únicamente lo sé porque amo. En suma, haciendo uso de una bellísima fotografía, plagada de preciosos espacios naturales, el film nos conmueve a través de esas individualidades atormentadas, afectadas, algunas seguras de sí mismas, otras como viendo el mundo por primera vez.



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