Qué fantástica fantástica esta fiesta...


Por Sol Di Frente

Escuché muchas veces decir a mi papá: “todo el año es Navidad”, mientras comentábamos cuestiones propias de esta época, intentando retener el paso del tiempo y acongojados por la velocidad con la que el año se escurrió.
Odio las “fiestas”, rotundamente. Me rebelo cada año ante este fenómeno emocional que nos obliga a hacer un recuento, armar balances, extrañar a los que no están, amparar a los que no tienen amparo y volvernos tan buenos que no podemos reconocernos.
Desde que perdí de vista a Papá Noel, no hice más que preguntarme acerca de las costumbres y hábitos navideños (ajenos e importados), en nuestro lugar: acá. Y puedo hacer una lista, que probablemente más de uno lleve en su cabeza:
1) La bombacha rosa, que nada tiene de sexy y además, nos las regalamos entre mujeres… Buena suerte pero muy mal gusto.
2) La sobrealimentación. Me confieso adicta al pan dulce, pero ¿qué tiene que ver tanta caloría con los 40º de diciembre…?
3) El atuendo de Papá Noel. Pobre de todo aquel que consiga una changa y le toque semejante disfraz. Ropa liviana y una buena moto para el reparto lo acercaría más a lo real…
4) ¿Por qué reunirnos con gente a la que no vemos durante todo el resto del año?... Sin comentarios.
5) El ruido de la pirotecnia. Acepto los fuegos, los colores, el cielo iluminado. Pero tanto ruido atenta contra el equilibrio de cualquiera. Ni hablar de nuestros queridos animales.
Reconozco sin embargo que suelo descubrirme siendo Papá Noel en Navidad, para aquellos a los que amo profundamente. Intento copiar a mis viejos, que sin duda han logrado superar ampliamente a ese viejo regalón. Y me amigo con las fiestas… sólo un rato. Hasta que vuelvo a cruzar los dedos para que llegue enero, olvidar el absurdo recuento anual y aceptar esta mal intencionada, contundente e ineludible manera de cortar el tiempo que transcurre… sin hacer pie.
¡Chin chin!

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