Cine


SER O NO SER UNO MISMO

“QUE LA COSA FUNCIONE”

Por Lorena Bellesi

Según la lógica del protagonista de Que la cosa funcione, en Estados Unidos existen campamentos de todo tipo y para todas las expectativas: religiosos, de tenis, para directores de cine y muchos más. Sin embargo, aún no se implementó aquel que sería de enorme provecho para los niños que están creciendo: los campos de concentración. Dos semanas de residencia en la recreación de semejantes espacios, y los más pequeños entenderían de lo que la raza humana es capaz. Ante el espanto de sus interlocutores, Boris, tal es el nombre del personaje, nunca claudica de su particular forma de razonar, de ver el mundo. Su discurso combina el pedante rigor científico con el más acérrimo pesimismo respecto de las intenciones e inquietudes de la raza humana. Sus presumidas palabras, por lo tanto, estampan un ácido humor en toda la película y la tornan un real deleite. El director y guionista Woody Allen vuelve a New York, para relatar una romántica y persuasiva historia, acerca de la concatenación de amores que se van revelando, de personas que se encuentran a sí mismas, casi de repente.
Boris Yellnikoff, interpretado por un entrañable Larry David, es un maduro ex físico, hipocondríaco, agnóstico, un suicida fracasado. Una mente brillante que ha dejado todo atrás: carrera, familia, un lujoso departamento en los suburbios, para establecerse en el centro de la ciudad, a enseñar ajedrez a los niños. Esta nueva actividad la desempeña no con un propósito pedagógico reconfortante o filantrópico, en absoluto. Trata a sus discípulos de “subnormales”, arremete contra ellos con insultos, y hasta con violencia. Y si elige hacerlo de esta manera, es sólo por convencimiento, por su predisposición a ver y juzgar las cosas siempre desde el lado más adverso. Una noche, su hermética armadura es hendida, e ingresa a su vida una desamparada y bella joven, Melody, magníficamente interpretada por Evan Rachel Wood. Proveniente de la conservadora Mississippi, la muchacha llega a New York huyendo, básicamente, de su familia. Este hecho acorta las distancias enormes que los separan: edad, nivel social e intelectual, por ejemplo; ya que ambos, según Boris, son escapistas. Han preferido evadir un destino que carecía de alternativa, han rehuido de una existencia regida por los mandatos sociales, familiares. La presencia de Melody, además, implica el arribo de una serie de individuos, que alterarán el estado de retraimiento que el físico venía ejerciendo desde hace un buen tiempo.
Al igual que en las primeras comedias italianas, lo estereotípico de los personajes los vuelve sumamente identificables y, en cierta forma, previsibles. Su forma de vestir, de reflexionar son totalmente prototípicas, casi un cliché (palabra muy mencionada en la película). Woody Allen, en consecuencia, procura liberarlos, arrancarlos de una existencia que se sabe aprisionada. Convertirlos en seres independientes, sin prejuicios ni convencionalismos, inmersos en un mundo de sinrazones.
Boris es único dentro de la película. Si afirma que no encaja en el mundo bárbaro que le tocó vivir, sobresale entre los demás personajes, no sólo por sus ocurrencias, sino porque sólo él tiene conciencia del lugar en donde está: un film. Interpela al espectador, lo hace cómplice de su esquemática forma de pensar. El auditorio se convierte, entonces, en una suerte de conciencia que recepta los comentarios de su atribulada mente. Y a pesar de que Boris afirma que la intención del film no es hacernos sentir bien, si algo deja muy en claro es que en este mundo caótico, las leyes de la física sólo desempeñan el rol de engranajes de una gran máquina. Sin embargo, cuando hablamos de sentimientos, de darle sentido a la vida, del azar y la incertidumbre que las humanas determinaciones sobrellevan, sólo nos resta buscarnos a nosotros mismos, para, de esta forma, poder garantizar  “que la cosa funcione”.

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