Elaborar la espera



ZAMA

Por Julieta Nardone


La obra maestra del escritor mendocino Antonio Di Benedetto (1922-1986) fue publicada en 1956. Aunque no remite a su contexto más inmediato, ya que la trama transcurre a fines del siglo XVIII, bravamente campea las regiones de la vida contemporánea. Es, pues, a todas luces, una novela por siempre actual. Atributo de lo clásico.
Representada en una tierra todavía colonizada, próxima a la Independencia de 1810, no esperemos encontrar en Zama, sin embargo, ninguna exaltación patriótica o colorido local. La condición más profunda de América tiene resonancia en la existencia frágil, incierta, contradictoria, que repercute en cada uno de nosotros. Criaturas sujetas a la fuga, tanto como a la necesidad obstinada de interpretar las cicatrices duraderas de una rebelión casi improbable.
En la misma dedicatoria del libro se ausculta el corazón de la novela: “A las víctimas de la espera”. Don Diego de Zama, el protagonista, es un funcionario criollo de la colonia que se encuentra anclado en medio del continente (en una insinuada Asunción) y que, a lo largo de su derrotero, va desdibujando -con sus decisiones o indecisiones- un paisaje interno de sinsentido que llega a sugerirnos ese trágico destino sudamericano: Me pregunté, no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. Siempre se espera más”.
Esperar. Esperar: poblado de una angustia inconfesable, en las aguas estancadas por las corrientes opuestas de la determinación y la elección. La marca fatal de la vastedad territorial y el vacío simbólico que se cuela en la interioridad espiritual del protagonista para postergar sus proyectos hacia una inmovilidad circular: “Yo, en medio de toda la tierra de un Continente, que me resultaba invisible, aunque lo sentía en torno, como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas. Para nadie existía América, sino para mí; pero no existía sino en mis necesidades, en mis deseos y en mis temores”.
La elementalidad narrativa es sólo camuflaje. Una y otra vez, el relato lineal se difumina entre alegorías, metáforas, anécdotas colaterales que opacan la ilusión historicista y toda síntesis biográfica. Esa suerte de configuración mítica quiebra la superficie cronológica de la novela, más aún, declina las expectativas de lectura “regionalista”; y es en los huecos de la imitación paródica a esos géneros donde despuntan aquellos asuntos que son atemporales. Así, el sentir de Zama concentra la pena sincera de los desarraigados: “Pero hice por ellos lo que nadie quiso hacer por mí: decir, a sus esperanzas, no”.
El mismo protagonista nos ofrece una síntesis de la historia que el libro nos narra: “El hogar estaba atrás; el traslado, adelante, pero muy a distancia. Debía tener un futuro más próximo, asible, inmediato, algo que se sometiera a mí pronto e incesantemente”.
Para saber de qué se trata, deberán leer la novela.



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