Crónica de un niño solo



“LA IMAGEN PERDIDA”

Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com

Hay algo verdaderamente imprescindible que es necesario saber acerca de la película “La imagen perdida” (The missing picture): no tiene actores. Tampoco es un film de animación. ¿Entonces? Una solitaria voz en off asume el compromiso de narrar una historia real, atroz y personal, la del mismo director, quien utiliza el cine para intentar reconstruir o recuperar sus primeros años de existencia. Una existencia sumamente dolorosa, afectada para siempre por avatares políticos de consecuencias funestas en él.
El camboyano Rithy Panh relata el desmoronamiento de su infancia feliz, de su “edad dorada”, a causa de la imposición intempestiva del régimen comunista en el año 1975. Bajo el liderazgo del déspota Pol Pot, la agrupación de los Jemeres Rojos (Khmers Rouges) asalta la ciudad capital Phnom Penh, y la vacía, no en un sentido metafórico, sino real. Sus habitantes son forzados a abandonar la urbanidad e inmediatamente son enviados al campo a trabajar en pos de la revolución, en defensa de un país justo e igualitario. Consignas ideológicas que son fuertemente cuestionadas desde la mirada de Panh, al ser pronunciadas con una ironía henchida de lacerantes recuerdos. Los colores alegres, chillones de las vestimentas, del paisaje, prontamente son reemplazados por negros uniformes, un suelo agrietado, estéril. Ahora la mayoría de los camboyanos habitan un sitio común, de trabajo forzado, una “tumba” silenciosa, donde la masa es controlada por el hambre. “El hambre es un arma”. De esta manera comienza la desgarradora deshumanización del hombre, “desaparezco poco a poco, ya no soy nada”. Una nueva sociedad demanda una organización inédita, “tan pura que no quiere seres humanos”. Hay desacuerdo entre lo dicho y la imagen, entre lo veracidad de lo ocurrido y las consignas del régimen. No hay división de clases, es cierto, en su lugar hay niños avasallados que trabajan en los arrozales “para su propia destrucción”. “En el cine, las cosechas son gloriosas. Hay granos, personas tranquilas y decididas. Parece un cuadro, un poema. Veo por fin la revolución que nos habían prometido. Sólo existe como imagen”.
Para poder contar su historia, darle cuerpo a su yo interior, a una memoria culposa propia de un sobreviviente, el director se vale de técnicas originales con el fin de documentar aquello que está oculto, lo no registrado o codificado por el ojo externo. Sus palabras -lo único que escuchamos es un largo parlamento, bello y lúcido a la vez-, tienen la validez del testimonio, de una primera persona que describe sus vivencias. Ahí radica su autoridad para decir, en esa instancia se legitima lo que cuenta. A las imágenes en blanco y negro de la época se les añaden figuras en arcillas y maquetas, como réplicas inertes de lo no reconocido nunca, de esa gente “hecha de polvo y pies descalzos”. Original montaje que retrata el sufrimiento desesperante e impotente de un muchachito de trece años, solo, sin familia. Desamparo acontecido en el  discurrir de un régimen político totalitario, aniquilador, que empapó la tierra de sangre.
En “La imagen perdida las palabras se transforman, la muerte es resistencia y oposición. “A veces un silencio es como un grito”. La belleza parece haber sido desterrada, como el del proscripto cine, lleno de magia e imaginación. En las bibliotecas, hay cerdos; en las escuelas, centros de torturas. Es el mundo del revés. Mejor, no olvidar.

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