Novelando casos / NUEVA SECCIÓN

Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com

Fragmentos del mundo de los pacientes, novelados. Desde ahora ellos, que han dado su anuencia, aparecerán en estas páginas con otros nombres y en otros lugares, pero intentando un mismo camino: el encuentro con su verdad. Abrimos, entonces, las puertas del consultorio, en esta presentación de ficciones nacidas de la realidad.


LA MARCA DE LA PALABRA

El primer texto que escribí para El Observador, comenzaba así: Llueve. Hoy podría empezarlo igual. Pero enfrento un nuevo desafío: ya no abrir puertitas de mi propia existencia, de los entrecruzamientos entre reflexiones y teorías, de momentos que fueron trascendentales para mí, sino presentarles fragmentos del mundo de mis pacientes, quizás sólo una frase en el libro de sus días. Casos novelados, claro, y con la anuencia de ellos que confiaron en mí para que los ayudara a desenredar los intrincados nudos existentes en sus vidas, lo que no es otra cosa que el encuentro con su verdad.
Transcurría una gélida mañana de invierno. Mis primeros años de la profesión me llevaban a pueblos vecinos a ejercerla. Aun recuerdo las corridas a la terminal de ómnibus, siempre a punto de partir sin mí; y el aprender a descubrir ya desde la entrada al Hospital, cuál era la mucama de turno ese día, por el inconfundible olor a café mañanero. Susana tenía la particularidad de esperarme con la estufa encendida y una frazada, para que descanse un rato en la camilla de mi consultorio hasta la llegada de mi primera paciente. Un cariño que despierta mi sonrisa cada vez que lo recuerdo…
Rosa se presentó así, con la simpleza y la humildad de las personas que ni las duras vicisitudes de la vida han podido tumbar. Los sufrimientos habían envejecido su piel; y el duro trabajo rural, sus manos. Cuando se presentó, su mirada de dolor y de búsqueda de ayuda, me conmovió.
Estaba casada con un hombre mayor que ella, y de sea unión había nacido un único hijo llamado Vicente, el cual fue diagnosticado como esquizofrénico. Palabra extraña, que asusta e intimida.
Así comenzó nuestro encuentro: “Mi marido y yo ya somos viejos y estamos cansados. Necesitamos que mi hijo nos ayude y cada vez que le ponen la inyección, ¡después duerme una semana entera!”, comentó entre lágrimas.
El cansancio y el no entender qué le pasaba a Vicente, el dolor de no ser el hijo que ella esperaba, transversalizaban las sesiones, a las que no faltaba por más que los kilómetros desde la chacrita hasta el pueblo los hiciera caminando y siempre cargando con verduras y/o huevos, única forma que encontró de poder pagar.
En el texto de Freud "Iniciación al tratamiento" (1913) se lee: “La ausencia de la compensación que supone el pago de honorarios al médico se hace sentir penosamente al enfermo; la relación entre ambos pierde todo carácter real y el paciente queda privado de uno de los motivos principales para atender a la terminación de la cura”. Quiere decir que si bien el pago y el dinero no se recubren, no es indiferente que el dinero medie entre paciente y analista. Sin embargo, ¿alguien podría decir que Rosa no pagaba?
Un año y medio nos llevó trabajar el concepto de esquizofrenia, y que Rosa pudiera reconocer y escuchar a Vicente más allá de su patología. Reinscribirlo en la historia familiar, entendiendo que el paciente esquizofrénico no logra “curarse”, pero con adecuados tratamientos terapéuticos y medicamentosos, puede mejorar la sintomatología.
En ella, la idea recurrente de la curación de su hijo, la esperanzaba y la angustiaba a la vez, ante cada encuentro o choque con una realidad que no quería.
Una mañana, mientras estaba desperezándome y tomando mi ansiado café, una charla de pasillo escuchada fugazmente, me ilustró la marca de la palabra. Una señora le preguntaba a Rosa a quién esperaba y por qué. Ella respondía: “A la psicóloga, porque no puedo entender que mi hijo esquizofrénico no tenga cura”; a lo que la interlocutora respondió: “No puede ser, Rosa, quédese tranquila, con todo lo que avanzó la ciencia ¡¡¡mire si no va a haber cura!!!”
Abrí la puerta. La sonrisa y la mirada con la ilusión plasmada de quien escucha lo que deseaba escuchar, me dio la pauta. Un año y medio de terapia que tenían que volver a empezar…


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