Por Nico Raterbach
La música se busca. Es un dogma sencillo. A
cada momento, los melómanos estamos buscando eso que nos sacuda desde los oídos
hasta la médula. Esta es una columna de preguntas más que de respuestas. ¿Dónde
buscar hoy? ¿Dónde comenzar?
EL ROCK (NACIONAL) HA MUERTO
Viajo
bastante, confieso a riesgo de ponerme autobiográfico (y aburrido). Y esa
búsqueda acompaña cada jornada. Uno no se cansa sencillamente de los discos que
lleva consigo. Simplemente reanuda esa pesquisa musical, con lo que tiene más a
mano. Ahí en las FM, fisgoneando en internet o en canales televisivos del
rubro. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿En qué momento todo lo contestatario del
rock nacional se transformó en un refrito empalagoso? ¿Cuándo se transformó en
el audio del programa de más rating? ¿En qué momento MTV mutó en un reality
show? ¿Cuándo los concursos empezaron por definir hacia dónde la rebeldía
adolescente debía ser canalizada? Son más preguntas que las debidas y continuando
la maldita costumbre de asumir riesgos innecesarios (y van dos), debo decir que
esta columna también tiene requisitos. El genial Dolina exige a sus oyentes,
haber leído un par de libros al menos, para poder ser cómplice de su humor. En
ese plan, sugiero a los lectores haber escuchado un par de discos enteros de
música nacional más o menos contemporánea, para no cerrarnos al rock en
exclusividad, ampliando a sus subgéneros y derivados. Y no hay batida que no
encierre en sí, un viaje a través del tiempo y de las décadas, cuanto menos dos
o tres para atrás. Pararemos obligadamente en Londres, Hurlingham, La Falda,
Mendoza, Rosario, los barrios coquetos del norte de Buenos Aires y los
desarrapados y tiznados de hollín del sur, por Seattle, el CBGB, Cemento, Obras
y otros infiernos como esos. Allí se parió el rock del mundo y el nuestro. Tal
vez allí comprendamos por qué las bandas que más respetan el espíritu rocker,
de las que se escuchan hoy en nuestro aire, son uruguayas; y si bien es cierto
que la música no tiene banderas, también es cierto que la música está
impregnada de la cotidianidad de un país. ¿Cómo es que la originalidad se
cambió por fórmulas con más marketing que corazón, para terminar en algún
escenario lleno de spots? Con suerte, desentrañaremos los motivos por los que se
afirma que el rock ha muerto. ¿Ha muerto? Tal vez, este es un punto de partida
de una nueva búsqueda que nos demuestre que la raíz de lo que fue un fenómeno
con impacto en toda Latinoamérica, tiene algo germinando en algún garaje, en un
sótano, en un perdido enlace a Soundcloud, un mp3 inadvertido en una notebook.
En esos puntos de partida, dejaremos atrás la inocencia, la virginal
ingenuidad, porque como todo origen de algo, el de nuestro rock y sus sacudidas
posteriores, es sudoroso, oscuro y transgresor. Para los que estuvieron allí,
será un revival. Para el resto, una burda compilación de narraciones de
privilegiados testigos presenciales, más pecaminosos que idóneos para la tarea.
Para
ilustrar el final de cada columna, haremos una selección escasa de tres
canciones que nos lleven a buscar más. No las más reconocidas ni las más
exitosas en términos comerciales, sino, con un poco de suerte, las más
significativas. He probado el ejercicio. Y en estos momentos, el mismísimo día
que murió Lemmy Kilmister, de Motorhead -y con él un poco el rock-, estoy devorando “Superficies de placer” de
Virus, una banda emblemática de la que no soy oyente comúnmente. Vamos,
entonces. Veamos dónde estamos hoy, para ver de dónde venimos.
Aquí les
dejo a dos encantadoras bandas uruguayas, ambas dueñas de una poesía simple
pero efectiva en sus letras.
La otra,
Catupecu Machu, es tal vez el último destello de originalidad del rock
nacional, en un mar de mediocridad.
“Chau”, No te va a gustar,
álbum “Por lo menos hoy” (2010)
“El viejo”, La vela puerca, álbum “De bichos y flores” (2001)
“A veces vuelvo”, Catupecu
Machu, álbum “El número imperfecto” (2004)
No hay comentarios:
Publicar un comentario