De reojo / Pupilas

Por Sebastián Muape / sebasmuape@gmail.com


Alguien corre la cortina bordó y el sol de las veredas de Lacroze, elude el postigón entreabierto y en diagonal, va calentando los pupitres. Ahora se ven flotar en haces de luz, millones de partículas de tiza, de lana y polvo. A veces hay que atenuar el claroscuro o una parte del pizarrón no se ve. Por lejos, prefiero el sol. La oración, el saludo, colgar el abrigo, el mismo hipnótico ritual de cada mañana, prólogo de un día de mil horas, con tareas hechas a medias y ansiedad por la campana.
El universo de niñez femenina del sexto, es el mismo que el del resto de este palacio colonial. Los enormes ventanales de arco semicircular y rejas grises, se completan con vidrios translúcidos cruzados por hilos de metal que forman rombos y dejan ver la calle; aunque sólo en parte, la misma calle que voy a pisar recién el viernes a la tarde. Hoy es mañana de lunes. Pasaron algunos meses de mi primer año en este lugar y me le voy amigando, después de todo no la paso tan mal, aunque todavía me duelen un poco las noches.
El fin de semana dura cada vez menos, pero entendí que sin contar los días, la semana también. Mi mamá nos despidió en la puerta con abrazos y me acomodó la bufanda y la vincha. A mi papá lo voy a ver dos o tres veces en la semana, cuando medio a escondidas se trepa al ventanal y por la parte abierta, me pasa algunos paquetes de pan lactal y unos alfajores. “Tomá Bizcochito, portate bien” me dice agarrándome las manos. Me saluda tirándome montones de besos y mis compañeras celebran su aparición; se va y tengo ganas de llorar, pero es recreo y tardo segundos en distraerme. Quiero que pasen muy rápido los años, para empezar a querer este lugar, siempre es así. Se adornan con cariño las anécdotas.
Las misas me pesan, con su habitualidad y su parsimonia; en las misas todo es lamento. Pedir perdón antes de herir, penitencias al nacer, arrepentirse casi sin haber empezado a vivir. Culpas, culpas y más culpas. Se abolieron las sonrisas en la capilla, más adoctrinamiento que invitación. La cera ya derretida huele peor que los lirios, por más coloridos que sean. El pan se me pega al paladar.
Quiero patio, elástico, soga y compartir galletitas y charlas con mi hermana mayor. En ese patio hay un mástil, un monumento del fundador donde nos juntamos a pegar las figuritas y también hay un paraíso verde y gigante, con notas de amarillo y su correspondiente sombra. Los juegos, las corridas y las rondas giran sobre un gran tablero de damas, compuesto por baldosas negras y blancas. Me llevo mucho mejor con las actividades físicas que con la raíz cuadrada; y descubrí además, que soy buena en el básquet. Placer y reivindicación.
Al crepúsculo merienda, después la tarea y dos veces por semana sala de cine. Talleres de cerámica, música o costura para el resto de los días. Un rato de juegos previo a la cena y un cuento leído por la celadora para el grupo, antes de soñar. Cuatro cielos con estrellas son los que veré desde la cabecera de la cama, voy a escuchar grillos y algún trueno. El miedo de dormir en lugar ajeno, ya dejó de visitarme desde hace muchas noches. Bien.
Ahora empecé a esquivar el esfuerzo de tratar de entender qué hago acá, o por qué; no me toca a mí preguntármelo. Así que de a poco voy encontrando mi lugar, me rodeo bien y ya planté muy lindas amistades. Van a durar, lo sé.
Cada viernes a la tarde amago con reproches, pero se disipan cuando abrazo a mi mamá; ella hace lo que puede, yo también.


No hay comentarios:

Publicar un comentario