La lluvia
Por Marcela Rodríguez Zampa
No es frecuente la postal lluviosa. Las postales lluviosas suelen ser en blanco y negro; escala de grises. Ésta, de hecho, lo es. La ciudad se transfigura, parece otra al ser vista a través de esa cortina líquida que acostumbra variar en textura y densidad.
A pesar de la colorida irrupción de algunos paraguas, la mañana insiste plomiza y bostezante. La mejor ventana para ver el espectáculo es la del bar de la esquina. Hay quienes no se conforman con ver y prefieren tocar u oler la lluvia y entonces, en lugar de correr a guarecerse debajo de un techito salvador, caminan despacito con las manos en los bolsillos mientras silban un tango (esto sobre todo cuando la lluvia es de verano). Hay quienes se conforman con sólo oír la lluvia y entonces se acurrucan en la cama y entrecierran los ojos y se abrazan al compañero, en caso de tenerlo, o al almohadón, en su defecto (esto sobre todo cuando la lluvia es de invierno).
A mí me gusta la lluvia, a pesar de esa bellísima greguería de Ramón Gómez de la Serna que dice: “La lluvia es triste porque nos recuerda que fuimos peces”.
marcelaurarodriguez@hotmail.com
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