Directo al corazón... roto


QUIERO EN TUS BRAZOS MORIR…

Por Alejandra Tenaglia

Doloroso sería ver estadísticas que se refieran a la cantidad de amores que prosperan, en relación a todos aquellos que van encendiéndose sin encallar nunca en puerto alguno. Muchos, jamás son revelados, y hasta el mismo portador los aparta de su vida diaria como si se tratara de una pretensión simplemente imposible. Otros apenas se traducen en vanos intentos de acercamientos. Algunos llegan hasta lograr un par de encuentros en los que, el incitador se siente tocando el cielo, mientras la otra parte no hace más que buscar sin disimulos la escapatoria más cercana. Y hay destiempos, palabras desafortunadas, explicaciones necesarias nunca dadas, sobrentendimientos que en realidad nadie entendió, fantasías tan bien alimentadas que se convierten en abismos enormes que distancian de aquello que inicialmente las generó, y así podríamos continuar in extenso, sin que nunca se agotaran las opciones que el amor y su opuesto, esto es, el desamor, acarrean consigo. Lejos estamos de inmiscuirnos hoy, en aquellos casos en los que la relación se inicia, más allá de su derrotero. En la plaza que hoy nos reúne sólo hay amores no compartidos, en los que una mirada, un roce imprevisto, un beso robado, un decir exacto, un perfume siniestro, un gesto espontáneo, un rasgo exquisito, detienen las agujas del tiempo y el sentido de todo aquello que no guarde relación con la persona que cautivó al enamorado. Porque así se siente él a partir de entonces, preso de su sentir, ya no es un forastero en todas partes sino un prisionero a cielo abierto. En ella piensa ni bien despierta, y antes de cerrar los ojos por la noche. Con ella sueña compartir las maravillas de la naturaleza, la magia de los viajes, los sobresaltos que en su alma provocan los libros que lee, el bienestar que hasta en el cuerpo le produce la música que por las tardecitas lo acompaña, el dinero que obtiene no sin esfuerzos, y los amaneceres, y las siestas, y todos los instantes que contiene el tiempo. Embriagado de tales sentimientos llegó nuestro protagonista a mi casa. ¿Te gusta el tango?, me preguntó. Y sin esperar respuesta, dejó sobre la mesa un CD, me indicó el número del tema, y afirmó con una sombra que le enturbiaba la mirada: Esa es mi historia de amor. O, al menos, la única que vale la pena contar. Aunque… no es una historia de dos, es la historia de MÍ amor. Te digo más, si no fuera porque la vida me regala la oportunidad de tenerla cerca, creería que es uno de esos inventos que uno hace para no sentirse solo, como cuando se es chico y se tiene un amigo imaginario… Pera ella existe, la pucha si existe… Y aunque hasta llegué a besarla en una noche en la que, como buen cobarde, me aproveché de su borrachera, ella jamás sospecharía que, como dice el tango, quiero en sus brazos morir… De eso estoy seguro. Tan seguro como estoy, de que no me quiere…
Se fue. Nada pude decirle. ¿Qué tenían que ver las palabras con esa tristeza que había invadido el ambiente no sólo del lugar donde estábamos sino del planeta y aun más allá? Porque así como los finales felices sosiegan el alma e irradian esperanza, los tristes extienden sus efectos como lava ardiente que nos une en la desgracia.
Presioné play. La orquesta era de Pugliese y la voz de Alberto Morán. El tema, “Pasional”. Y así decía: No sabrás… nunca sabrás / lo que es morir mil veces de ansiedad. / No podrás… nunca entender / lo que es amar y enloquecer. / Tus labios que queman… tus besos que embriagan / y que torturan mi razón. Sed… que me hace arder / y que me enciende el pecho de pasión. / Estás clavada en mí… te siento en el latir / abrasador de mis sienes. / Te adoro cuando estás… y te amo mucho más / cuando estás lejos de mí… Y como el mismo enamorado anticipó, el tango finaliza rezando: Y ardiente y pasional… temblando de ansiedad / quiero en tus brazos morir.
A pesar de que la canción ha llegado a su final, el atardecer otoñal sostiene su certera melodía.



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