Editorial


Llevar adelante un periódico, en tiempo electoral, no es tarea sencilla; y somos conscientes de que lo mismo ha de suceder en los medios radiales y televisivos. Es el viejo problema de “agarrársela con el mensajero”, cuando el mensaje no gusta al implicado. Eso por un lado. Por otro lado está el temor de la gente a participar. Aún en los tiempos que corren, gran parte de la ciudadanía prefiere no hacer pública su opinión por miedo a que ello le genere enemistades, réplicas, e incluso alguna consecuencia que lo afecte en su trabajo, comercio, etc. ¿Quién nos hizo creer que hay que pensar de un único modo, para “vivir sin problemas”? ¿Por qué no podemos tolerar las ideas diferentes y manejarnos con el respeto que esperamos que también se nos tenga a nosotros? En resumidas cuentas, ¿por qué la intolerancia y por qué el temor? Usted, seguramente, solo en su casa, se podrá ir dando unas cuantas respuestas. Y también podrá ir comprobando que, lo aquí esbozado, sucede a diario, incluso sin que ya reparemos en ello, por el letargo que suele producir el acostumbramiento. Pero preste atención a los discursos políticos, a los debates, al modo en que opina su vecino y hasta usted mismo. Piénselo en calma, con tiempo, medítelo.
Construir ciudadanía tiene que ver, entre otras cosas, con los hábitos que vamos incorporando, con el camino que elegimos para llegar u obtener aquello que nos hemos puesto por meta, con el modo en que transitamos ese camino, con el tinte que le damos a las relaciones que permitimos y generamos, con el ejemplo que transmitimos a los que vienen detrás, con lo que queremos a ellos dejarles.
Claro que hemos avanzado si es que comparamos esta actualidad, con la época de la dictadura militar. Pero hay que ir por más. Y avanzar no sólo en conquistas, sino también en calidad.


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