Por Mariano Fernández
…Ay, hermanita perdida.
Hermanita, vuelve a casa...
Atahualpa Yupanqui
Hay guerras injustas. La guerra de Inglaterra -potencia colonial venida a menos- por mantener la ocupación de las “Falklands”, es injusta. Y hay guerras justas. La madre de un caído me dirá que estoy equivocado. Ningún honor ni causa justa le devuelve a su hijo. Lo sé. Pero las causas justas tienen sus muertos, es inevitable. Cuando hablamos de Malvinas, enseguida aparece la imagen del pibe con los mocos chorreando, de ese documental que vimos mil veces, donde nos dice la BBC lo estúpido que somos los argentinos por reclamar algo por la fuerza. Ubicarme en la historia me lleva a pensar en Galtieri y la dictadura asesina. Dictadura que llevó adelante un plan sistemático de destrucción de la estructura productiva del país. Sus políticas económicas aún hoy, matan. A los que intentaron detenerlos, los mataron a casi todos en su momento. Y a otros, por las dudas también. Y la guerra de Malvinas fue una salida para un gobierno de facto acorralado por huelgas generales, desocupación y una crisis sin precedentes, que de triunfar en su aventura bélica, pensaba, podría mantenerse. No mucho tiempo más, no subestimemos al pueblo argentino. Pero no perdamos de vista que el reclamo de fondo es justo. Argentina había agotado los reclamos pacíficos. Del otro lado estaba Tatcher con un país sumido en una crisis casi peor que la que atraviesa Inglaterra hoy, a la que la guerra le servía también para aglutinar a la nación en una causa. Entonces, tengo una contradicción. Por un lado la defensa de la soberanía, y por el otro la dictadura. Apoyar a una no implica sostener la otra. Pienso en Astiz, un valiente a la hora de secuestrar y torturar monjas, pero que fue el primero en rendirse sin disparar un tiro en las Georgias. En Menéndez, sacando un puñal a un periodista que lo increpa, puñal que mantuvo enfundado en Puerto Argentino. En los oficiales que estaqueaban pibes, en las donaciones que nunca llegaron y en toda la prensa argentina engañando al pueblo, mientras le guiñaba un ojo a algún General. Y siento bronca, mucha. Pero tengo en el otro lado a los pibes que quedaron allá, y a los que volvieron. A los pilotos de la Fuerza Aérea, que sin dudarlo encararon lo que venía. A los que se fueron a inscribir como voluntarios, y al pueblo que respondió con donaciones. Eso me llena de orgullo. Me acuerdo del chocolate que llevé con mi viejo a la esquina de la comuna. Y de cómo me dolió que mi papá me dijera que habíamos perdido…
A todos los veteranos, mi mayor respeto y gratitud. A los que no volvieron, mi memoria. Y mis disculpas a ellos por, en el primer párrafo, llamar “Falkands” a las islas. Serán siempre Malvinas, al margen de la política exterior argentina de los últimos 30 años: de “desmalvinizacion”, de ninguneo, de miedo a decir la palabra soberanía, de miedo a decir que parte del territorio nacional está ocupado, de la vergüenza ajena de los ositos a los kelpers. Ojalá veamos algún día otra vez, la bandera celeste y blanca ondear en el monte Dos Hermanas. Ojalá ni una gota de sangre sea necesaria para que ello suceda. Porque la sangre siempre la derraman los mismos, de ambos bandos.
Entonces usted me podrá decir que las guerras son injustas. Sí, como más arriba escribí, las hay. Pero también hay guerras justas, y la guerra de Argentina por liberar parte de su territorio ocupado, lo fue. Lo injusto es el patoterismo inglés y las verdaderas causas que impulsaron al ebrio Teniente General, a proclamar su famoso “si quieren venir, que vengan…”
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