NO ME SUELTES LA MANO*
Por Alejandra Tenaglia
Hace algo más de tres años, cuando el invierno iba retirándose y la primavera estirando sus pétalos, nuestra dama conoció a quien poco después se convertiría, en su compañero de vida.
Una amiga en común. Una foto de la amiga en común con sus dos mejores amigos. ¿Cuál te gusta más? Los rubios son lindos, los morochos enamoran. Te lo voy a presentar, es buenísimo. Risas. Una charla más entre compinches de fines de semana, en los que la ciudad, el colegio y una incipiente relación quedaban lejos de nuestra protagonista, que se aprontaba al pueblo a disfrutar de familiares, amistades y salidas.
Una noche, en un bar, apareció el morocho de la foto, se acercó a saludar a su amiga y, por ende, el primer encuentro con la desconocida forastera, se dio de modo casual y sin más.
La próxima cita que el destino tenía en su bolsillo se dio de tarde, en una plaza. Ellas se ponían al día con decires y sentires, él pasaba por el lugar y sin dudarlo, se sumó a la charla. Tan bien se cayeron, que a la noche salieron los tres. De ahí en más, los lazos se fueron estrechando sin cesar. Ella sentía que dentro suyo –allí, en ese sitio inconcreto en que se alojan los sentimientos- algo sucedía cuando lo miraba. Él probablemente ignoraba que la humildad, sencillez y bondad que lo caracterizaban, iban enamorando a esa mujer que le llevaba dos años, vivía en Rosario y para colmo de males, tenía allí un noviecito.
El tiempo seguía su curso inalterable, acumulando compartidas tardes, charlas, paseos y noches, hasta que en una de ellas, algo precipitó los hechos. A punto de entrar al boliche, ella hablaba con su noviecito y él junto a los demás, la esperaban. ¿Qué te pasa? Hace tiempo que te noto rara… Dale, decime, ¿te pasa algo?... Ella levantó la cabeza, lo vio a nuestro caballero, y sin dudar contestó: ¡me pasa que estoy enamorada! Y cortó…
Al día siguiente le contó a su amiga lo que le estaba pasando, y ella fue quien la alentó a dar el primer paso, conociendo la reciprocidad de él y su enorme timidez. Sólo una pregunta –por mensaje de texto- fue necesaria para clarificar el asunto; ella, ¿qué onda vos conmigo?; él, ¡me gustás muchísimo! Esa semana en Rosario, los días parecían perversamente largos. Hasta que el viernes llegó y el pueblo estuvo de nuevo al alcance de sus pasos.
La pasó a buscar, nerviosos e inmersos en ese ambiente mágico de lo que recién comienza, fueron juntos a bailar. Cuando la noche iba retirando su oscuridad para dar paso a la mañana, en el banco de un parque -testigo incansable de amores- se besaron por primera vez. Allí, con la fuerza arrolladora que impele al primer amor, se selló el inicio de la relación. Tenían por entonces tan solo 16 y 18 años, y sin embargo, apenas pasado ese verano, él le hizo un regalo muy especial: dos anillos; y la pregunta soñada por casi todo el género femenino: ¿te querés comprometer conmigo? No hace falta que les diga qué respondió la dama… Quien además, debido al firme curso de los acontecimientos y a la necesidad imperiosa y mutua de estar más tiempo juntos, tomó la decisión de quedarse a vivir en el pueblo.
Ya llevan tres aniversarios tomados de la mano.
Ella, a pesar de sus celos y su facilidad para el enojo, es la razón por la que él despierta cada mañana; dulce, compañera, ni más ni menos que la mujer de su vida.
Él es el sostén de la joven, su protector, el motivo de sus ansias, quien camina a su lado, el dueño de su corazón.
Hay una canción que se dedican a menudo, en uno de cuyos pasajes, reza bellamente: Quisiera que me agarre la vejez al lado tuyo caminando, diciéndome al oído, “no me sueltes la mano”.
¿Hay algo que defina mejor al amor, que el deseo de recorrer junto a otro, la propia vida, hasta su mismísimo e incierto final?
Y hablando de final, no termina con el 2011 esta sección que gracias a ustedes y al niño Cupido, pervive mes tras mes. Los esperamos en el 2012, con más Directo al corazón…
* Basado en una historia real cuyos protagonistas han pedido la reserva de sus nombres.
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