La mejor de las navidades Diciembre 2011


Por Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com

Aún estando en los últimos días de noviembre, fin de año se me antoja lejano, imperceptible. Es que nos separan múltiples acontecimientos, hablando sólo de los pautados, sin mencionar aquellos que nos presenta la vida sorpresivamente, a la vuelta de la esquina.
Falta un mes, pero los colores rojo y verde en los comercios, nos recuerdan las fiestas que promueven infinidad de preparativos, desde los materiales hasta los afectivos y emocionales; y por pura tradición, intentamos ser más buenos, quizás pensando en sumar en el debe del balance anual que, indefectiblemente, surge como consecuencia del segmento donde el implacable almanaque nos impone un final. Y digo UN final porque seguramente no será el único que hemos tenido durante estos doce meses.
Aquí comienzan las reflexiones y, sin necesidad de afinar mucho el oído, se hace común escuchar “no veo la hora que se termine este año de…”, apostando a la magia que seguramente portará el año nuevo, como una secreta renovación de deseos, aun desde los que de jactan de un absoluto racionalismo.
Las creencias y las tradiciones se unen en la lucha contra el racionalismo que surge desde el mismo momento en que algún niño, apelando a esa cuota de maldad que muchas veces se enmascara detrás del saber, nos echa por tierra los tiernos años en que los adultos se confabulaban para sostener la ilusión de la llegada del querido Gordo vestido de rojo, o el niñito Dios de nuestras lejanas infancias, con la famosa y dolorosa frase: Papá Noel y los Reyes Magos no existen.
Palabras lapidarias con las que, en general, se graba ese nombre en la historia de nuestras vidas. ¿Quién ha podido olvidar a aquel que derrumbó ese cálido mito y las lágrimas de angustia o la decepción de haber sido engañados por los padres durante casi una década?
Transcribo un párrafo de un libro de cuentos de Navidad de mi hijo, es la respuesta del editor de un diario a la carta de una niña que le cuestionaba sobre la existencia de Papá Noel: “Sí, Virginia, Papá Noel existe. Su existencia es tan real como el amor, la generosidad y la devoción, y tú sabes que éstas abundan y dan gozo y belleza a tu vida… El mundo que no vemos tiene un velo que lo cubre. Sólo la fe, el amor, el romance y la poesía pueden descorrer esa cortina y ver el cuadro de belleza sobrenatural y gloria que está más allá de nuestros sentidos”.
Es que si tan sólo por un momento pudiésemos volver el tiempo atrás, a esos momentos en que la ingenuidad y la inocencia eran nuestra realidad, aun en aquellos hogares en donde reinaba la pobreza pero también la esperanza de soñar que, más adelante podría ser diferente. Ese lugar en donde no existía la palabra “imposible”; e incluso cuando no estuvieran los regalos materiales, se preparaba una comida diferente y especial como augurio de una vida mejor.
“¡Qué alegría que uno siente!, explicarlo yo no puedo, unas ganas de ser bueno, de ser bueno hasta la muerte”, cita una estrofa del poema de Gagliardi, “Los Reyes Magos”. Es que, que haya seres tan importantes, que logran atravesar los cielos y los tiempos para traernos un regalo, pidiéndonos a cambio sólo bondad, parece un trato razonable; pero un año entero es demasiado, entonces esta cláusula es recordada días antes de la fecha, generalmente ante la frase amenazante de los padres: “¡portate bien o Papá Noel no te traerá nada!”
Los deseos simples, tangibles de la infancia, se transforman en la adultez, pero no desaparecen. Ya no pedimos un tren o una muñeca. Tampoco escribimos una carta, pero cuando suenan las campanas de las iglesias, cuando se cuenta de reversa esperando que lleguen las doce, cuando los fuegos artificiales iluminan el cielo, más allá de las creencias volvemos a pedir secretamente a quien consideramos capaz de ayudarnos a cumplir, aunque más no sea, un deseo. Prosperidad, salud, felicidad, amor; o tan sólo menos dolor, para todos.
Si es posible, guardamos los rencores para tratar de pasar la mejor de las Navidades, encontrándonos con lo más bello de nosotros mismos y conectándonos con el deseo.
Como digo Kafka, cada encuentro casual es una cita. Ustedes y nosotros tenemos una cita con la palabra y el deseo.
Hasta el 2012, renovando mi deseo del año anterior: Amor y Poesía para todos.
  
  

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