La mar no estaba serena



“CAPITÁN PHILLIPS”


Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com

Es el comienzo de otro día de trabajo, camino al aeropuerto, Richard Phillips conversa con su esposa sobre cuestiones de su cotidianeidad que lo preocupan, como por ejemplo, la irresponsabilidad de uno de sus hijos, la ligereza con que encara sus estudios. El mundo cambió, dice el hombre, es incomparable al de su juventud, hoy es menester estar fuertemente preparado para poder ingresar al mercado laboral, el cual está atestado de postulantes en contienda permanente por un puesto de trabajo. Esta reflexión no es banal, es el prólogo o el marco al posterior desarrollo de la acción, y tiene que ver con los nuevos –y no tan nuevos, casi un reciclaje de lo que alguna vez fue- paradigmas sociales. A grandes rasgos, en el globalizado siglo XXI las realidades difieren drásticamente entre sí, lo que sigue inmutable es que son ellas las que determinan qué lugar ocupa cada uno, vivir en el primer mundo parece implicar en el imaginario más oportunidades, chances adecuadas a cada personalidad. Traducido sería, no es lo mismo nacer en África que en Estados Unidos. Esta instancia de ameno intercambio verbal es breve, los momentos de distención prácticamente no existen en el film “Capitán Phillips”, que narra lo sucedido en el año 2009, cuando piratas somalíes abordan y secuestran un barco comercial americano en aguas africanas. El cineasta Paul Greengrass no nos da respiro, maneja increíblemente la tensión y las emociones de tan desventurado viaje, desestabilizando la calma del recorrido gracias a un incesante ritmo de incertidumbres y amenazas.
Tom Hanks interpreta magistral y convincentemente al capitán del navío, aunque este año la Academia no quiera reconocerlo. Richard Phillips comanda con rigurosidad su barco mercante, es estricto en el cumplimiento de las normas, protector de su tripulación y un muy hábil negociador bajo presión. Astutamente sabe sacar provecho de las ventajas que tiene a mano, como ser el conocimiento detallado de su propia embarcación, la cual recorre en su totalidad, él para controlar su buen funcionamiento, nosotros lo seguimos para reconocerla. Su contrafigura es Muse (un ignoto Barkhad Abdi, que sí está nominado al Oscar) el osado líder somalí, quien con tres hombres más acosa la mole americana desde un bote precario a toda velocidad. Si este pequeño grupo se construye como EL enemigo, obedece a que portan poderosas armas, por lo tanto controlan la situación bajo la demencial posibilidad de una ejecución instantánea. El accionar de los piratas es condenable al incurrir en el atroz delito de arrebatar despóticamente la voluntad y libertad de otros.
Además de los personajes, hay otros dos protagonistas estelares cuya presencia auxilia la dinámica narración. Cada angustioso instante está afianzado en un escenario particular, asilado. En la primera hora todo transcurre en el interior de un inmenso barco carguero, con disimulados vericuetos, de andar lento, pesado. En la segunda parte, la historia se traslada a un pequeño bote salvavida naranja chillón, herméticamente cerrado, sellado al exterior, liviano, veloz.
En esta ocasión, los más afortunados serán los desmemoriados, aquellos que no recuerdan este episodio internacional y su desenlace. Lo digo porque “Capitán Phillips” es el producto ideal para combatir la abulia, sus 134 minutos de duración producen un despilfarro de ansiedad en el espectador, sustentado por un enardecido clima de intranquilidad que traspasa la pantalla.




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