Por Washington da Silva
Corremos
tras el papelito verde. O él nos corre, nos hecha de la clase media, de los
hospitales, de las universidades. Nombre tres presidentes estadounidenses que
engalanan dichosa divisa. Seguramente pueda. Se le va a complicar si tiene que
hacer lo mismo con tres presidentes Uruguayos. Esta pequeña prueba, es un
tanteo de que la moneda gringa está inserta en una parte de nuestra sociedad,
al menos culturalmente. No hace falta mucho para atreverse a esta afirmación.
Pero hay algo más peligroso que eso.
Vea, intentaré explicarlo. No es un problema de faltante. Los dólares
crecen en los campos de las pampas. Brotan de las entrañas de la Patagonia, de
las laderas de los Andes. De las cuencas de los ríos que transitan el sur del
continente y de las costas que los bañan. Y en cada caso, en abundancia. El
mundo piensa en verde, es un hecho. Alguna envalentonada del euro, no ha sido
suficiente para desbancar a la moneda yanqui.
Entonces, concluimos rápidamente, que Argentina, produce un caudal
importante de dólares, y habla el mismo idioma que la economía del mundo. No
habría problemas, si desestimamos la soberanía económica que no es poco; no
tener en el país la máquina que imprime billetitos que juegan en primera, te
hace dependiente. Pero sí que hay problemas, mi amigo. Vea, solo el 6 % del
total del mercado es el dólar “minorista”. O sea que de cada 100 Washingtons
que se pierden de las reservas, sólo 6 se van como dólares turistas,
especulativos, etc. El quid de la cuestión es donde van los otros 94. Una parte se va en la compra de energía; Argentina
se ha transformado en un país dependiente en este rubro, podemos decir sin
ahondar más en este tema. La industria argentina, es altísimamente dependiente
de bienes extranjeros, ya sean refacciones, maquinarias, productos semi
elaborados o materias primas. Nuestras fábricas, en gran mayoría, son
ensambladoras de productos importados semi terminados, por ejemplo: casi el 100
% de los electrónicos o el 70 % de las autopartes. Lo mismo en otros rubros
sensibles como la industria petroquímica, farmacéutica o de insumos médicos.
Uno de los mayores caudales que se fugan, es en pago de remesas. Un Banco con
sede en España, por poner un ejemplo, lleva sus utilidades allí. Ahora que
conocemos a dónde se van los dólares, nos lleva a pensar si esos no son los
resortes que deberían tocarse para evitar tal fuga. Aun así, esas cifras
empalidecen comparadas con los montos que se van cada año, para cumplir con los compromisos
internacionales, una manera elegante de decir “deuda externa”.
Así
que la tilinguería o el acierto que lleva a la clase media Argentina a
desesperase por cualquiera de las cotizaciones que tenga la moneda verde, para
dar el batacazo financiero o simplemente meter debajo del colchón, es una
nimiedad. El problema de la devaluación o de que el dólar se dispare, por
supuesto que nos atañe a todos, pero golpea con más dureza a aquellos sectores
que ni por asomo, pueden comprar un mísero dólar, y que ninguna estadística
financiera tiene en cuenta. Porque cuando el combustible aumenta, todos los
bienes transportados, absolutamente todos, se encarecen. Desde la harina con la
que se hace pan hasta los medicamentos que bajan la fiebre.
Y allí
donde menos hay, es donde más pega la devaluación. ¿Comprende el peligro real?
En un país donde la riqueza florece, que los verdes se fuguen, hacen que el
pueblo se marchite.
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