FELICIDAD CLANDESTINA
Por
Julieta Nardone
Es la pregunta que eleva la voz limpia
de Caetano Veloso en una de sus primeras canciones. Clarice Lispector (1920-1977)
fue una escritora brasileña que desde niña supo que escribir era una necesidad;
desenvolverse desde pequeña en ello algún día le permitiría tener la lengua en
su poder. Toda su vida y su obra vienen recubiertas de un misterio que ella
misma se encargó de alimentar. Una loba
fascinante, como la llamó un poeta de su tierra. Otra escritora declaró que
era lo que Kafka hubiese sido de ser
mujer... Incluso, entre las impresiones que causaba, se dijo que no era una
persona, era un animal... Hembra sensual
y de un pensar feroz, penetrante: algo que lastima los ojos. O tal vez haya un
lado ilegible en ella que únicamente puede acontecer en su escritura: “Lo
indecible sólo me será dado a través del lenguaje”, precisó alguna vez.
Léanme... parecía exhortar a los
críticos y entrevistadores que perseguían descubrirla y de los que ella rehuía sin
claudicar. Allá vamos, entonces, con la lectura de los cuentos reunidos en Felicidad clandestina (1971), donde se
asume como materia esencial la experiencia interna.
El cuento que da título al libro, es
la historia de una pequeña que desea intensamente lo que otra nena tiene pero que
casi no aprecia. Se trata de un libro de literatura infantil. La dueña del
mismo ejerce un plan cruel y así, se convierte también en dueña de la felicidad
ajena. Del mismo modo, en Restos de
Carnaval describe sensaciones encontradas, la necesidad, los costos, los
remordimientos de la alegría. Una
criatura espera ser parte de esa fiesta aunque la agitación de la tragedia habite
la casa por la enfermedad de la madre. El disfraz, quizás, pueda permitir
ocultar una infancia expuesta a los golpes duros de la vida.
Una
historia de tan grande amor es un relato de profunda comunión entre frescura
y sensibilidad. También se trata de una niña, quien se encuentra al cuidado de
las gallinas de su casa. Ese cuidado se traduce en un amor humano hacia esos
animales sin capacidad de amar: “Las
gallinas parecían tener una suerte de pre-ciencia de su destino y no aprendían
a amar a sus dueños ni al gallo. Las gallinas están solas en el mundo”.
Pero llega el momento de comerlas y desde ahí se nos pone frente al mayor peligro
de tanto amor: ¿distorsionar, corromper, aplastar? Desde otra óptica, El primer beso es la historia amorosa de un niño que nace a partir
del beso a una estatua que chorrea agua; cuando a primera vista él sólo buscaba
saciar su sed, ocurre el cambio vital.
Pero también hay relatos aquí que no despuntan
desde la infancia. El vínculo entre ellos podría encontrarse en la suerte de
metafísica intuitiva que nos suspende en esos misterios que Lispector plantea
de manera original y como parte de asuntos aparentemente banales o de hechos
ordinarios que se convierten en determinantes para sus personajes. Estos roces
de elementos simples inmediatamente hacen aparecer el fuego de una profunda
indagación por la vida interior. Para nombrar sólo algunos, Perdonando a Dios y El huevo y la gallina son ejemplares de esta rara especie que
manifiesta un efervescente juego en el pensar. Me limito a citar sólo un
fragmento de los tantos que resultan iluminadores: “No sabía que es sumando las
incomprensiones como se ama verdaderamente. Porque sólo por haber sentido
cariño pensé que amar era fácil. Y porque rechacé el amor solemne, sin
comprender que la solemnidad ritualiza la incomprensión y la convierte en
ofrenda”.
Este libro, amigos, nos envuelve con tonalidades
modestas. Sol oscuro de Brasil (como
la llamó el argentino Eloy Martínez) que alumbra con su escritura simple y desnuda, por eso hiere...
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