Crónicas de una bruja



“REVELACIÓN DE UN MUNDO”

Por Julieta Nardone

Ya alguna vez nos acercamos a la enigmática Clarice Lispector (1920-1977), a propósito de la travesía por sus cuentos. Como dijo un crítico del momento, ella no usaba las palabras como escritora, sino como bruja. Por comentarios por el estilo, pero más que nada, por su rara sensibilidad que solía desembarcar en las orillas de la magia y la literatura, hasta llegó a ser invitada al Primer Congreso Mundial de Brujería (Bogotá, 1975). Sin duda poseía un tercer ojo para captar las coincidencias, la mística, el lado oculto de la experiencia. Asimismo, ella tenía supersticiones en su oficio: la máquina siempre en su falda, las horas del insomnio, y acá viene lo más curioso: el mecanografiado de sus textos presentaba sin excepción siete espacios entre párrafos. Fuera de detalles pintorescos, todas sus piezas envuelven al lector con una cierta respiración hipnótica; fruto, quizás, de la clarividencia intuitiva de su mirada. No es excepción este libro de crónicas, aun cuando en apariencia manifieste una prosa más espontánea y simple, en complicidad con el lector de paso. Sus líneas tienen la capacidad de arremolinarnos de manera sutil e insospechada a un núcleo vital, profundo, sin fondo; tan potencial como real: “Las fantasías que asustan. Pensé en una fiesta –sin bebida, sin comida- fiesta sólo de miradas. (…) Sería un té que yo ofrecería a todas las empleadas que tuve en la vida. Las que olvidé señalarían su ausencia con una silla vacía, así como dentro de mí quedaron. Las otras sentadas, con las manos cruzadas en el regazo. Mudas –hasta el momento en que cada una abriera la boca y, rediviva, muerta-viva, recitara lo que yo recuerdo. Casi un té de señoras, sólo que en éste no se hablaría de criadas”.
El libro (Adriana Hidalgo, 2003) reúne notas que la brasileña escribió durante varios años, cada sábado, para el Jornal do Brasil. Estas páginas ocupan el espacio periodístico para forzar el género hasta transformarlo en un estilo único, literariamente íntimo. El embrujo puede sobrevenir como intuición, sensación, pensamiento en sucio, es decir, sin orden ni lógica. Por lo general, se manifiesta a través de un movimiento fluido “al correr de la máquina”, y sobre los más diversos asuntos: charlas con taxistas, encuentros con amigos, tratos con hijos, vecinos, empleadas domésticas, remembranzas, debates socio-políticos, dislates diarios, susurros íntimos, zumbidos filosóficos. Originar el misterio en el centro mismo de la heterogénea realidad: “Revelación de un mundo”, tal cual.
“Cuando no sé dónde guardé un papel importante y la búsqueda se revela inútil, me pregunto: ¿si yo fuera yo y tuviera un papel importante para guardar, qué lugar elegiría? A veces resulta. Pero muchas veces me quedo tan presionada por la frase ‘si yo fuera yo’, que la búsqueda del papel se vuelve secundaria, y empiezo a pensar. Mejor dicho, a sentir. Y no me siento bien. Pruebe: si usted fuera usted, ¿qué haría? De inmediato uno se siente intimidado”.
Ante la mixtura textual de Lispector, nos sentimos desarmados, sin herramientas para recontar lo experimentado en la lectura, sin palabras con las que poder desglosar y analizar el fenómeno inquietante, raro, y contradictoriamente bello ante el que estamos aventurados. Se ha dicho incansablemente que el de Lispector no es simple lenguaje, sino epifanías, develamientos, frente a aquello que formamos parte y no podemos separarnos, de aquello que es parte de este mundo y resulta, sin embargo, esquivo, huidizo: Una pregunta: “¿Gastar la vida es usarla o no usarla? ¿Qué quiero saber exactamente?”


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