Por
Carina Sicardi / Psicóloga
“La casa tenía una reja,
pintada con quejas y cantos de amor…” No puedo aún saber por qué pensar la amistad me lleva a
ciertos momentos de la infancia. Y esa casa de la esquina que, sin pedirle
permiso, fue testigo de juegos, trampas, peleas “para toda la vida”, griterío,
ratos de juegos compartidos; y la reja de su puerta ha sido regada por globitos
de agua y baldazos en las calurosas tardes veraniegas del pueblo de mi
infancia.
También
era el lugar donde nuestros padres se paraban en dirección a la casa donde se
desarrollaba la reunión infantil, y a viva voz, para que se entere el barrio
entero, gritaban nuestros nombres acompañados de la acción que querían que
realizáramos, por ejemplo: “¡¡¡Caariinnaaaaa!!! ¡¡¡A coomeeerrrr!!!”. Claro,
aún faltaba demasiado para la llegada del celular.
“Los años de la infancia pasaron,
pasaron, la reja está dormida de tanto silencio, y en aquel pedacito de cielo
se quedó tu alegría y mi amor…” Los años fueron pasando, y esa barra gigante que llenaba
de gritos alegres al barrio, se fue transformando en grupos reducidos; las
voces chillonas y desprejuiciadas dieron paso a mesuradas y casi filosóficas
expresiones, teñidas de cantos de penas y alegrías de amor. Ya no corríamos, y
la escondida (tan detestada por mí), la popa pareja y las hamacas, formaban
parte de un pasado inmediato al que no queríamos volver… todavía.
Ahora
nuestras cuerdas vocales entonaban canciones de amor, y la bohemia se mezclaba
con lo que estaba de moda, entonces Vox Dei, Sui Géneris, Perales, La Trova
Rosarina, Rubén Blades y más, hacían de esa reja el mejor y más variado
pentagrama dominguero.
Entre
los amigos de esa infancia, había uno cuyo gusto musical era especial para ese
momento: le gustaba el tango. Su desafinada voz se esfumaba detrás de la pasión
que le ponía a su actuación en el camino de regreso de la escuela. Entonces,
“El bazar de los juguetes” y “Antiguo reloj de cobre”, sonaban potentes,
después de haber estudiado cuidadosamente la letra del libro que pertenecía a
su papá.
Una
mañana de invierno, esas de neblina cerrada, la vida nos presentaba su cara más
triste y gris. La reja se tiñó de silencio como todo el barrio. Un accidente
automovilístico se llevaba al papá de mi amigo. Irónicamente, después de haber
recorrido el país entero en su camión… Con su muerte, empezamos a ser
conscientes que en la vida, los finales realmente eran posibles, ya no eran las
ficticias despedidas “para toda la vida” de una infancia que se iba.
Sus
días se llenaron de tango y la nostalgia fue su compañera. Hace unos días, abro
Facebook y leo lo siguiente: “Hoy hace 30 años que Pichi Sciarini me iba a buscar a
la escuela y me daba la peor noticia de mi vida, con solo 13 años me quedaba
sin mi Padre!!! Viejo querido!!! Cuántos años ya sin Vos, cuántas cosas me
quedaron por aprender!!! Cuántas cosas por contarte!!! Cuántas cosas por
compartir!!! Cuántos abrazos vacíos!!! Qué temprano que te fuiste!!! Gracias
por dejarme como herencia el amor a este trabajo que día a día hago con tanta
pasión y orgullo. En cada km que recorro estás presente guiándome!! Por siempre,
NACHO BELLINI”.
“Tal vez se enfrió con la brisa tu cálida
risa, tu límpida voz... tal vez escapó a tus ojeras
la reja, la hiedra y el viejo balcón... Tus ojos de azúcar quemada, tenían distancias
doradas al sol... ¡y hoy quieres hallar como entonces, la reja de bronce temblando de amor!...”
la reja, la hiedra y el viejo balcón... Tus ojos de azúcar quemada, tenían distancias
doradas al sol... ¡y hoy quieres hallar como entonces, la reja de bronce temblando de amor!...”
Para mis
amigos de la infancia, con la alegría de haber escrito juntos esta parte de la
historia, con la nostalgia de tiempos idos, con la emoción de haber compartido
la reja de la esquina…
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