Dos policías en acción

“LA ISLA MÍNIMA”

Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com

Las clásicas características del policial, ya sea la presencia de un potente enigma, una incertidumbre perseverante o el rol activo del lector/espectador intentando resolver el crimen, el robo, el misterio a la par del detective, lo convierten en un tipo de género muy atractivo, sin fecha de vencimiento, inacabado. Echando mano a un relato minimalista, fotográficamente magnífico, el director español Alberto Rodríguez, logra dar cuerpo a una película extraordinaria, hilvanando una intriga creciente, cimentada en la acumulación gradual de indicios impensados o sospechosos irritantes. “La isla Mínima” se centra exclusivamente en un área  geográfica española del interior sevillano. Vale destacar esta decisión estética, de fuerte incidencia en el plano argumental. Los títulos de crédito tienen el propósito esencial de introducirnos en la atmósfera del film, aquí las imágenes aéreas de las marismas del Guadalquivir son un impactante elemento artístico, una combinación de colores, texturas, donde lo laberíntico del río contrasta con las líneas de los caminos construidos por el hombre. Zona pantanosa, hídrica, paradójicamente, desértica. Un lugar único, insondable para el forastero.
A esos remotos rincones de España llegan dos policías madrileños a investigar la desaparición de dos adolescentes, Carmen y Estrella. Es el año 1980, el país vive una transición política notable, una joven democracia procura imponerse frente a la resaca de una brutal dictadura. Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo) representan, de alguna manera, esta oposición. Son dispares en sus métodos, en la forma de llevar adelante el procedimiento. Uno es inexperto, formal e idealista; el otro es pragmático, experimentado, una consecuencia del régimen franquista. Aún así, ambos hacen todo lo posible por resolver la incógnita, por averiguar qué sucedió. A medida que la investigación avanza, las caras de desconfianza se multiplican, al igual que los secretos mejor guardados que todo pueblo pequeño no suele develar fácilmente a los desconocidos. El descontento de las más jóvenes, sus ganas de huir del lugar ya no se esconden. La comunidad en donde viven parece estar anclada en el pasado, un pasado machista, peligroso, que favorece la impunidad y la corrupción. El negocio de la droga no está ausente, el narcotráfico también presupone una serie de códigos, de silencios, de complicidades. Otra pieza importante dentro de la trama es la intervención de un periodista, personaje extorsivo, cínico, aduce cierto poder, es dueño de una información vital para desenmascarar la real identidad de uno de los protagonistas, de los “buenos”.  Su descubrimiento abre una grieta.
La isla Mínima” fue la gran ganadora de los premios Goya, y  esto no es sorpresa, a la película le sobran méritos. Es inteligente, atrapante, está excelentemente actuada y dirigida. Prácticamente, no existen las escenografías, hay un aprovechamiento poético de una naturaleza indómita, vivaz. Desde el principio hasta el final, en sus 105 minutos de duración, el espectador no puede desentenderse de la pantalla, embelesado por la calidad fotográfica de cada una de las escenas o atento a esa información truncada que se le ofrece. Un policial con todas las de la ley.


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