Por Ana Guerberof / Desde España
ana.guerberof@gmail.com
La altura de este imponente pico, 8848 metros sobre el
nivel del mar, lo convierte en un trofeo codiciado por montañeros y alpinistas
de todo el mundo. La ambición por alcanzar la cumbre —lograda por unas 1000
personas después de que Hillary y Norgay lo hicieran por primera vez en 1953—
ha dejado también un reguero de desesperación y muerte, más de 200 personas han
perecido en el intento. Sus cadáveres, todavía presentes en la montaña,
simbolizan el alto precio a pagar para lograrlo. A esta altitud, las
condiciones son tan extremas —hasta -40º, tormentas, avalanchas, hipoxia,
hipotermia— que volver vivo es un verdadero milagro. Sin embargo, la crónica
que les traigo hoy no habla de esta ambición sino de la solidaridad ejercida
contra todo pronóstico en circunstancias del todo adversas.
Lincoln Hall, un alpinista australiano de 50 años y con
una dilatada experiencia, había intentado alcanzar la cima en dos ocasiones
anteriores sin éxito. En 2006 es invitado a una gran expedición liderada por
Alexander Abramov; sabe que es su última oportunidad para llegar a la cumbre
del Everest. Después de seis semanas de aclimatación, el 25 de mayo, Hall sale
de madrugada del campo III con tres sherpas Doljee, Dawa y Lakcha. El cielo
está despejado, la temperatura es buena y se encuentran en forma así que
consiguen llegar al techo del mundo a las 9 de la mañana. Se sacan la foto de
rigor y Hall informa al campo base de su hazaña. Pero esto es solo la mitad del
camino, lo importante es el descenso y es justamente aquí donde se tuerce la
suerte de Lincoln.
De repente, se encuentra terriblemente cansado, pierde la
conciencia por momentos y su discurso se vuelve incoherente. Los sherpas
reconocen los síntomas: se trata de un edema cerebral de altitud, una de las
enfermedades habituales en la llamada «zona de la muerte». Debido a la altitud
se acumula líquido en el cerebro y este se dilata, el enfermo pierde
coordinación y niveles de consciencia, sufre alucinaciones y psicosis hasta que
entra en coma, y muere. Los sherpas saben que para sobrevivir Lincoln debe
moverse y descender. A esa altura, el peso se multiplica y nadie puede cargar
con un compañero; tampoco el rescate es una opción ya que no llegaría antes de
la noche. Con muchísima dificultad y arriesgando su vida, los sherpas consiguen
que baje algunos metros.
Abramov pide a otro sherpa, Pemba, que sube a ayudar al
resto del equipo. Pero cuando llega, Hall se derrumba sobre la nieve y entra en
coma. La hora idónea para regresar de «la zona» no puede pasar de las 2 de la
tarde, ya son las 5 y los sherpas no consiguen reanimarlo. Aún así, se quedan
dos horas más, hasta que Abramov les ordena bajar para salvarse. Los sherpas
dan a Hall por muerto y como es tradicional se llevan su mochila para enviarla
a los familiares. Lincoln se queda a 8700 metros sin oxígeno, sin protección y
sin agua.
Pero sucede algo extraordinario. La temperatura esa noche
no baja de los -25º, Hall se despierta del coma y aunque tiene hipotermia, está
deshidratado y delira, consigue mantenerse vivo. A las 7:30 de la mañana del
26, Andrew Brash, Myles Osborne y el sherpa Jangbu liderados por Daniel Mazur,
ven, a tan solo 200 metros de la cima, a un hombre sentado al borde de un
precipicio de 3000 metros. No lleva gorro ni guantes, y el equipo está bajado
hasta la cintura. Tampoco tiene oxígeno ni agua, y muestra signos evidentes de
congelación y edema cerebral. Al verlos, les dice: «Imagino que estarán
sorprendidos de verme acá».
Los cuatro —sin salir de su asombro, nadie ha sobrevivido
a esa altura hasta entonces— deciden ayudar a Hall. Lo cubren, le dan oxígeno,
comida y agua, y movilizan a toda la expedición de rescate. Se quedan con él
cuatro horas hasta que llegan 12 sherpas del campamento base. Saben que ellos
han perdido la oportunidad de alcanzar la cima, no tienen ni tiempo ni oxígeno
para intentar el último ascenso. Antes de bajar, dirigen una última mirada a
ese pico que está tan cerca y, a la vez, tan lejos de su alcance, pero saben
que la montaña permanecerá siempre allí, en cambio Lincoln Hall solo tenía una
oportunidad para vivir.
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