MIRAR EL MUNDO, SER EL
MUNDO
“EN
LA ATMÓSFERA”
Por Julieta
Nardone
“La vida es el susto de un
sueño”, cita
el argentino Daniel Moyano (1930-1992) a Macedonio Fernández, como epígrafe de esta
nouvelle que permaneció inédita hasta
hace poco tiempo (2012, Ed. El Mensú). El relato se desarrolla en un clima extraño
que sugiere un movimiento pendular entre ser sujeto o simple máscara sujetada.
Personajes aparentemente confinados en un presente inmóvil que captura el flash
de las vitrinas de una panadería. Un vaivén que se parece bastante al oleaje onírico;
mezcla revuelta entre realidad e ilusión, razón e inconsciencia, deberes de
clase y pulsiones anárquicas…
Esta
atmósfera recrea un pueblito cordobés que vive del turismo, y el personaje
estelar, un muchacho que se resiste a la regularidad de las moscas; en su
necesidad por cometer actos de
libertad durante las changas que hace para esa panadería a la medida de los paseantes
de turno, buscando escapar a la rutina mientras debe ahuyentar a aquellos
fatídicos insectos de las masas finas y confituras varias, mientras embala y traslada
paquetes, vadeando su vida gris.
La
vida sin pretensiones de “los pobres”. Porque, en los acantilados de la trama
(que por cierto, son unos cuantos), hay una pregunta que nos intima con fuerza
notable: ¿qué es la pobreza en realidad? Frente a tamaña cuestión, aventura el protagonista,
en pleno experimento de su pubertad amurallada: “Cuando uno cruza el puente y cree que no hay nada, que todo eso no
tiene sentido, se equivoca. Aquí está todo, pero te lo ocultan”.
Asumir
las situaciones turbias sin temor, y con cierto delirio pesadillesco, puede ser
embrión de independencia: “Yo venía de un
presentimiento que permitía la posesión rápida de todo, uno puede tener
cualquier cosa si la convierte en sueño (…) En la atmósfera el sueño no
existía, solamente se podía estar en ella, no tenerla”. Aunque, por momentos,
las flores de los sueños juveniles se marchiten en los tiempos áridos y
esclavos del conformismo y el sinsentido general: “Tocaste tierra, hermano, ya era hora. Has visto que con el sueño nunca
pasa nada, porque parece que no hay ninguna manera de modificar el mundo. El
sueño es producto de la entrada en la atmósfera, de la fricción, has aguantado
su temperatura y esto es lo que importa, al fin de cuentas estás vivo y eso es
lo que importa, venga un abrazo es natural que llores nos ha pasado a todos (…)
así es la vida dicen los altavoces en lo alto de los postes bajo la nieve”.
¿Qué
puede ser, entonces, la real pobreza? ¿Una sentencia a resignación perpetua, a sensato
abatimiento? Crecer, como el joven de esta historia -entre prohibiciones y
ausencias, a orillas de un amanecer que se retarda-, obliga a no dejar de
meditar sobre la transformación que supone cada paso. Pues, también, el tiempo expande horizonte: alboroto interno,
rebrotar de un alma traviesa.
La
evocación de la niñez y la adolescencia son tópicos recurrentes en la prosa
sonante de Moyano. Y si bien está en el redil de escritores de provincias,
nunca cae, sin embargo, en arrebatos telúricos ni pintoresquistas. Nos entrega a
una forma de lenguaje con tintes fuertemente expresivos, de gran coloración
afectiva y musical… Algo así como si fuera el acorde nostálgico de un tango
pero… pero en la voz de una criatura. ¿Singular? Sí, y además: inagotable
despliegue visual, profusión simbólica que esquiva el realismo más crudo y simplista.
Ciertamente, seguirá siendo actual su
recreación literaria de un tono que trasciende el binomio universal-regional,
logrando afincarse en esa zona de nuestro inconsciente colectivo.
¿LITERATURA INFANTIL?
“Lo mejor del mundo son los
niños”, titula
Fernando Pessoa (1888-1935). Totalmente de acuerdo. ¿Quién se atreve a sofocar
la pregunta ansiosa de una criatura? Los niños de ningún modo son la moldeable
ingenuidad. Son, eso sí, la fuerza concentrada (ni tan impoluta ni tan salvaje)
de lo más esencial de la humanidad. Esa probabilidad, esa potencia que busca en
el juego todo el material de identidad. Jugar, jugarse. Ojalá nunca lo
olvidemos. Escuchar un poco más a ellos, darles lugar a sus inquietudes que
fueron, remotamente, también las nuestras. Alimentar la mitología necesaria. Precisamente
este ejercicio podemos encontrar en la obra que les acercamos. Hablar desde o sobre ellos y no tanto para
ellos. Es difícil, es imprescindible.
Es
un libro de poesía furiosamente multicolor, con ilustraciones audaces de Teresa
Novoa. Canto a lo puro no como pureza, sí como originario y fundamental. Una
mirada que todo lo adultera con poesía. A Pessoa se lo conoce como el poeta
fingidor e “indisciplinador” de almas por excelencia: “¡Ay qué placer / no cumplir un deber / tener un libro que leer / y
dejarlo de hacer!”
Canciones
y odas brillantes, cándidas. Pero también trazos de fondo llenos de paradojas
asumidas. En especial, cuando nos revela raras motivaciones bajo grandes
empresas humanas de nuestros relatos clásicos: “Cada cual cumple el Destino: / ella durmiendo encantada, / él
buscándola sin tino / por el proceso divino / que hace existir el camino”.
Amante de la infancia como
la única aldea a la que se puede verdaderamente regresar. Una y otra vez, para
crecer niños robustos, desde las raíces… Como pensaba Wordsworth, el niño es padre del
hombre, sin duda…
No hay comentarios:
Publicar un comentario