Por Carina Sicardi / Psicóloga
Suena
mi celular, un número extraño, pero no la voz llorosa que se escucha: “Hola, Cari, soy Cecilia, ¿te acordás de mí?”
Con Ceci
nos conocimos hace más de 10 años, cuando era una adolescente con
características en principio contradictorias: rebeldía y una estructura rígida
que no permitía correrse fácilmente de sus valores y creencias.
Hija
única, sus padres conformaron una pareja dispar, con una diferencia de edad
significativa, su padre era 20 años mayor que su mamá. Muy sensual, lo que en
el barrio dirían “llamativa”, como también altiva e indiferente, con los gestos
y la palabra.
En
ese momento, el motivo de consulta fue la pelea con amigas que la dejaba en una
situación incómoda y frágil, la imposibilidad de separarse de sus padres para
estudiar en Rosario y la relación que recién comenzaba con Guillermo, 10 años
mayor que ella…
Yo
era parte de otra institución que ya no existe, quizás por eso ella sospechaba
que no la recordaría. Es extraño que olvide a mis pacientes, compartimos muchos
momentos de sus historias de vida como para hacerlo.
Concertamos
una cita para ese mismo día. Y ahí estuvo, puntual y correcta, como la
recordaba, aunque una década de historia nos separara…
Desde
el primer minuto, hubo lágrimas; le alcancé la caja de pañuelos: “gracias, y dejala cerca, porque seguro que
los voy a necesitar…”
Cecilia
siguió con Guillermo varios años, los unió un amor pasional; compañeros y
aventureros, recorrían la vida sin que existieran los grises. Eso los llevó a
pensar en un futuro en común y así comenzaron a construir una casa que sería su
hogar, planificada de a dos, en un terreno que él compró pero que pertenecía a
los abuelos de Cecilia. Él seguía creciendo y ella acompañaba desde una
absoluta incondicionalidad, lugar que le quedaba cómodo y donde sentía que era
feliz.
La
casa estaba casi por terminarse y con el final se acercaría otro... Cecilia
comenzó a ser consciente de todo lo que no había vivido con sus 22 años. Y todo
lo que no viviría al lado de una persona a la que amaba y que la amaba, pero
desde un lugar imposibilitante de sueños que no fueran de a dos. Los celos se
hicieron elocuentes, las discusiones frecuentes, y con todo el dolor a cuestas
pero con la luz de su inteligencia, decidió terminar con la historia de amor
que la marcaría, según ella, para siempre.
No
sin tropiezos, cada una siguió su camino. Guillermo se casó con Marcela y
tuvieron una hija, Emilia, nombre que Cecilia había pensado para un hijo en
común. Viven en la casa que había sido pensada para la pareja anterior. Cecilia
hizo lo mismo con Martín y tuvieron un hijo: Emilio…
Ambos
decidieron vivir en la paz y tranquilidad que dan las historias en las que se eligen
a “buenas personas” que jamás nos harán mal ni nos abandonarán. Pero un día, eso
que no estaba muerto entre ellos, apareció para revivir la historia que les brindaba
vértigo y color, pasión e inestabilidad. Marcela lo descubrió y se lo dijo a
Martín. Cecilia no es mujer que se esconde para no ser culpable; con total
sinceridad y valentía, los reunió a los tres y enfrentó la verdad: que se aman,
pase lo que pase…
Ni
Marcela ni Martín decidieron irse de esas tibias historias construidas a partir
de lo que se debe. Guillermo no soporta dañar a su hija por apostar a su amor
por Ceci… Y ella se enfrenta con la experiencia de saber que la verdad, su
verdad, es que nunca podrá ser feliz con la tibia conformidad de un amor gris…
con o sin Guillermo…
La vida tiene realidades tan atrapantes que superan ampliamente las ficciones de la tele!!
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