CATALUÑA INDEPENDIENTE
Por Ana Guerberof / Desde España
ana.guerberof@gmail.com
Este
30 de septiembre siete amigas estábamos cenando en una mesa redonda en el Barri
Gòtic de Barcelona y nos preguntábamos si íbamos a poder votar en el referéndum
del día siguiente, poco sabíamos que comenzaría un período turbulento e
incierto. Nadie en esa mesa era independentista. Para analizar la situación,
unas cifras ilustrativas: en las elecciones al Parlament de 2015, el 48% de los catalanes votaron por partidos
independentistas y el 57% votaron por los partidos a favor de un referéndum. Por
el contrario, el PP, llegó al Parlament con
un 8,5% de los votos y Ciudadanos con un 18% (sumados, en contra del
referéndum, un 27%). El PSC ha cambiado tanto de opinión con respecto al
referéndum que no me atrevo a clasificar a sus votantes.
En
los años que llevo en Cataluña, he conocido a personas que no querían la
independencia y que siguen sin quererla, a otras que no la querían y que ahora
son fervorosos independentistas y a otras que siempre lo fueron. El cambio se
ha dado, y a veces de forma alarmante en mi entorno, hacia el independentismo. No
olvidemos que, en las elecciones generales de 2016, el PP consiguió en Cataluña
el 13,6% de los votos; el País Vasco y Cataluña fueron las dos comunidades
autónomas donde la mayoría votó a Podemos.
El
día 1 de octubre me levanté con la tranquilidad de los que vamos a votar una o
dos veces por año, bien por elecciones o por referéndums, ilegales o no. La
cola en mi centro electoral daba la vuelta a la manzana, nunca lo había visto
así. La televisión del café de la esquina reproducía la carga policial contra
los ciudadanos de la mañana. Algunos catalanes estaban sorprendidos por la
violencia ejercida porque estaban acostumbrados a ir a votar y que luego el
Gobierno anulara el resultado.
Basta
que digan que no puedes votar por la fuerza para que te entren unos deseos irrefrenables
de hacerlo. Hicimos cola durante unos veinte minutos y al llegar a la entrada
nos pidieron que se desconectaran los teléfonos porque la votación se hacía de
una forma manual (el gobierno había confiscado las listas del censo), es decir,
llegabas con el carné de identidad, apuntaban tu número y nombre, depositabas el voto, y luego lo subían a través del teléfono
con una aplicación creada in extremis para evitar duplicados. En la cola, una
señora al borde de las lágrimas veía los vídeos de la acción policial. Aparte
de eso, la votación transcurría con normalidad e incluso alegría. Pedían a los
votantes que se quedaran a la salida del colegio por si llegaba la policía para
llevarse las urnas, pero esto nunca ocurrió.
Según
los resultados de este referéndum, votaron 2,2 millones de personas (de los 5,5
millones censados) y el 90% votó a favor de la independencia, es decir, unos 2
millones. Un 40% parece, y digo parece porque el referéndum fue anómalo, y me
quedo corta. Al mismo tiempo que Rajoy amenazaba con aplicar el artículo 155 de
la constitución que autoriza al Gobierno a intervenir en una comunidad autónoma
si se produce un acto de rebelión, Puigdemont declaró la independencia, pero la
puso en suspenso para abrir una puerta al diálogo.
A
partir de entonces, se sucedieron una serie de manifestaciones a favor de la
república, a favor del diálogo, a favor de la unidad con España, detenciones de
políticos, cartas entre Rajoy y Puigdemont (dignas de una película de Berlanga),
declaraciones de la Unión Europea, declaraciones del Rey, cambio de sede de
empresas… hasta llegar a la declaración de la independencia el 27 de octubre y
la aplicación del artículo 155 con la destitución del President y la imposición de la vicepresidenta del gobierno del PP,
Soraya Sáenz de Santamaría, al frente de Cataluña (¡donde el PP tiene un 8% de
los votos! Una bomba de relojería).
Las
conclusiones que me atrevo a sacar por ahora son que:
-La mayoría de los catalanes no está a
favor de la independencia, pero sí son soberanistas, favorecen un referéndum.
Si se hubiera permitido en 2014, los resultados hubieran aclarado el panorama.
-El voto independentista ha aumentado a
medida que el Gobierno se opone al Govern.
Si hay elecciones al Parlament el 21
de diciembre (tal como ha decidido Rajoy), es muy posible que el apoyo aumente.
-La acción policial del 1 de octubre no
está justificada. Que las fuerzas del “orden” ataquen a la población civil pacífica
es un signo de que los verdaderos -no los de boquilla- valores democráticos,
están en declive en España.
-La detención de políticos catalanes
por organizar una votación, y no actos violentos, es desmesurada y es otro
signo de que se están perdiendo valores democráticos.
-El Govern, al declarar la independencia, no representa el sentimiento
de una gran parte de los catalanes y, por tanto, esta declaración no es un acto
conciliatorio ni de diálogo.
-El PP no representa a Cataluña y
colocar a Sáenz de Santamaría al frente de esta comunidad implica un riesgo
elevado de que existan disturbios.
-Detrás del asunto catalán se esconden
casos de corrupción juzgados y probados del PP (con sentencias que no dejan
lugar a dudas) y que nos llevan a pensar que el tema catalán es la distracción
ideal.
-Las empresas, catalanas o no, antes
ligadas al CDC (ahora PDeCat), y el Rey parecen respaldar la voluntad del
mercado y de las élites, más que el de los habitantes de Cataluña.
Antes
era posible imaginar los siguientes pasos de uno u otro lado, pero ahora es muy
difícil pronosticar qué pasará en Cataluña en las próximas semanas. Lo más
razonable es el diálogo, pero tal como se vienen dando los hechos hasta ahora,
parece imposible. Me entristece la situación actual y veo que la sociedad verá
recortados sus derechos con la excusa del “problema”. A estos dos partidos
políticos no parece importarles ya lo que opine la mayoría de los que viven
aquí, pero todos dicen representarlos.
El
lunes pasado fui a ver la adaptación del Ulises de Joyce en teatro y esta cita
no deja de resonar desde entonces: “Aborrezco
la violencia y la intolerancia en cualquier forma o manera. Nunca consigue nada
ni impide nada. Una revolución tiene que establecerse a plazos. Es un absurdo
patente que salta a los ojos odiar a otros porque viven a la vuelta de la
esquina o porque hablan otra lengua vernácula, en la casa de al lado como quien
dice” (traducción de José María Valverde).
No hay comentarios:
Publicar un comentario