Por Carina Sicardi / Psicóloga / casicardi@hotmail.com
Con
un rostro compungido, casi desfigurado, Carolina parecía enojada, esperaba a alguien o algo…
era a mí.
Llegó
derivada por el ginecólogo, había que tomar una decisión: menstruaciones
abundantes, un pequeño fibroma era el causante de “esta hemorragia
insoportable”, como ella la definía. Así lo sentía, así lo vivía, cada síntoma
era “raro, insoportable y sin diagnóstico determinado”. Esto la llevaba a
recorrer no pocos consultorios, pero todo sin respuesta; o por lo menos sin la
esperada por Carolina.
Le
dolían los ovarios (parecía embarazada de seis meses, según ella), también la
cabeza, y padecía una molestia en la zona dorsal de la columna vertebral.
Hija
de un matrimonio de padres vivos aun, de los cuales se hacía cargo ayudándolos
económicamente, sobre todo a su mamá, a quien había visto siempre como
desprotegida y víctima de un marido infiel, músico y con trabajos que no se
caracterizaban por ser ni estables ni rentables.
Carolina
descubrió un día que su papá tenía una supuesta historia con la amiga de su
madre, hecho que puso en evidencia ante el grupo familiar, logrando la agresión
verbal de su papá, el llanto de su mamá, y la posterior negación del hecho... Sus
padres volvieron a estar juntos como si nada hubiera pasado…
Carolina
quería que, a partir de una histerectomía, desaparecieran sus síntomas. El
médico opinaba que era viable la cirugía, pero quería darle aun tiempo para
tener otro hijo: Caro está casada y ya tenía una hija. Decidió que no, que no
quería ser madre nuevamente. Su esposo sólo asintió, respetando su deseo, ese
al menos…
La
hemorragia uterina desapareció, pero su cuerpo seguía sangrando…
Era
una luchadora, empleada de un local del que era encargada en los hechos, nunca
en los papeles ni en el reconocimiento monetario. Llegaba triste, enojada,
indignada en demasía, mientras el tiempo seguía trascurriendo.
Su
hija crecía, su marido trabajaba todo el día en su local y después continuaba
con los detalles de la casa que, ambos sueldos juntos, no podían pagar.
Y
engordaba, no mucho, pero lo suficiente como para abandonarse estéticamente; ya
le costaba arreglarse y bañarse; se vestía como una persona muy mayor, con
treinta años como tenía…
La
sexualidad era casi inexistente, un momento obligado, no por el marido sino por
lo que corresponde a los deberes de una mujer casada, para que el marido no se
vaya con otra… como su padre. Ya no dormían juntos, la queja por sus ronquidos
terminaron de decidirlo así, entonces Joaquín se mudó de habitación para casi
no volver.
En
el medio trascurría la vida y la muerte: su cuñado (hermano de su marido),
muere por sobredosis, adicción negada por la familia hasta el día de su trágico
final. Su suegro, quizás como producto de no poder soportar tantos dolores (su
mujer, madre de sus hijos, lo abandonó, se fue con otro dejándole los hijos a
su cargo), sufre un accidente cerebro vascular. También aparece una hija
prematrimonial, aceptada por todos, en principio.
A
tanta realidad, no era posible agregarle un dolor más.
Pero
un día, un esperado día, Carolina entró y me dijo: me quiero separar. Pocas
veces había hablado en terapia de la relación con su marido, no quería… Yo sólo
esperaba sus tiempos.
Así
lo decidió, con miedo pero feliz. Le dejaba una casa enorme y terminada, nada
reclamaba, simplemente la posibilidad de vivir, sin síntomas, sin sombras,
enfrentando el miedo, con emociones nuevas, pero ya sin dolores…
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