Baldosa floja


Recargada

Por Alejandra Tenaglia

La “Tana”, como usted bien sospecha, es descendiente de italianos. Y aunque dos generaciones la separan de los inmigrantes de pura sangre, tiene sus características a pleno. Firme en sus decisiones –incluso las que sabe que son equivocadas-, laburadora, de planteos simples y prácticos como la tabla del 2 y de corazón grande y fulguroso como el mismo sol. Hoy habla de sus molestias.

Yo no quiero romperle la ilusión al que aún no entró en el mundo que voy a describir y se lo figura como el mismísimo paraíso -porque así pasa siempre con aquello que uno no tiene, lo cree maravilloso-, pero ¿te digo la verdad?: comprás algo recargable y se te termina la libertad. Sí, así exagerado como suena. Yo te paso el parte de mi vida y vos sacá tus conclusiones: a la mañana cuando me levanto pongo a cargar el MP3 para escuchar música a la tardecita cuando salgo a caminar; y el MP4, porque siempre lo llevo en la cartera para una grabación inesperada. Debido a esa posibilidad, se hace necesaria también la cámara fotográfica, por lo cual sus pilas, en el aparatito correspondiente, marchan a recarga. Es cierto que hoy día todas estas funciones pueden aunarse en un buen teléfono celular, pero, por un lado la calidad no es la misma, y por otro, decime, ¿cuánto te aguanta cargado el celular si te ponés a hacer con él todas esas cosas?… Vamos a la notebook. Una la compra con la ilusión de poder escribir frente al mar, en medio de una isla, en la cima de una montaña o en el medio de un desierto aunque en realidad nunca se mueva de casa, y descubre luego que en el mismo viaje a casa de la abuela, después de emitir un sonido similar a la alarma de un edificio en llamas, se apaga. Ojo, no es que yo niegue las ventajas de estos inventos, pero vos me pediste que te hable de lo que me molesta y en eso me centro. Te digo más, no sólo me molestan, me hacen subir toda la “tanada” a la cara, como dice mi vieja, y empiezo a gritar como loca cuando prendo la cámara y leo “Batería agotada”. ¡Pero si la cargué! ¡Toda la noche la cargué! Ahí estás, en plena fiesta (bautismo, casamiento, graduación y cuantimás), sin poder eternizar el momento para reverlo al día siguiente. Lo más triste es que la escena se repite en diversos rincones del salón: gente cambiando pilas, maldiciendo porque se olvidó traer otras y hasta alternándolas de lugar como último recurso desesperado. Ya está, fue, finish, kaputt. No-an-da-más. Vas a tu casa a buscar otras, volvés contenta y recargada como la misma máquina, pero la foto familiar ya no es posible. El nene está dormido en dos sillas, la nena se fue con el novio y los masculinos están con la corbata como bincha y los ojos inyectados de un rojo que ningún programita de tu computadora logrará quitar del todo. No sólo te perdiste la foto, ¡te perdiste el vals!
El celular es otro aparato endemoniado. Permanece en silencio cuando una lo mira fijo y desesperada porque suene; y cuando debe guardar silencio y compostura, manifiesta su presencia metiendo la pata como esas amigas distraídas que cuentan sin maldad en plena reunión, que tenés una obsesión con los incendios y todas las noches desenchufás hasta el mismísimo velador. Sí, sé que parezco loca hablando de un telefonito como si tuviera vida propia, pero decime la verdad, ¿no es casi como un ser un querido? ¿No lo cuidás, le hablás, le rogás que suene o le gritás desesperada que te deje en paz? No obstante esta estrecha relación, a él también se le termina la batería cuando una más lo necesita… ¡En medio de un buen negocio! ¡De una posible cita! ¡De un rojo bancario! ¡Con el auto descompuesto en plena autopista! Pip, piiiipppp… Murió. Y vos luchás por contener las ganas de estrolarlo contra el árbol más próximo. Pero te contenés, y siempre volvés a la caja repleta de cables y tomas y adaptadores y auriculares y cargadores. Enredada como gato en madeja de lana buscás el correcto y te ponés nuevamente al servicio de tus aparatitos…
Hay días en que, ¿sabés de qué tengo ganas?... De sentarme yo en la mesita del living y ponerme a cargar… Y hasta me veo ahí quietita, con rayitas que suben y bajan en mis ojos, una sonrisa tenue de esperanza, y un cable colgando que termina en la pared… Porque, estoy segura, hoy en día hasta en el corazón debe haber algún puerto USB…    




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