Quejas de bandoneón


Por Carina Sicardi

“La historia es así”. Esta categórica frase tantas veces escuchada, deja atrás cualquier posibilidad de refutación, de debate, de diálogo. Tan inespecífica pero igualmente firme como el  no menos famoso: “y punto”. Ambas, desde estilos diferentes, marcan el final de un episodio más allá del otro.
¿Qué decir después de esto? Aparece aquí el concepto de pares antagónicos: el comienzo y el final, la vida y la muerte, el día y la noche, amor y odio, contraponiéndose, fieles opuestos que se incluyen para poder ser.
Hacer circular la palabra es un desafío cotidiano,  para esto hacen falta, como mínimo, dos personas dispuestas a hablar y a escuchar, hecho que se presenta como simple pero que sin embargo, no lo es.  Comienza el juego y acordar las reglas de tiempo, espacio y deseos, presenta no pocos inconvenientes.
Muchas veces me pregunto por el límite de paciencia de las encargadas de mesa de entrada de los efectores de salud en donde trabajo. La mayoría de los pacientes parecen dar por sentado que se encuentran en el lugar y frente a la persona indicada para contarle sobre sus dolencias, ante la mirada y la sonrisa estándar de quienes piensan, quizás, en otra cosa… Es que no hay coincidencia entre el deseo del que necesita hablar y el otro que no quiere escuchar. Así planteado, el diálogo no es posible.
Las salas de espera son también un universo aparte, lugar elegido por muchos para la comunicación a partir del silencio, ejemplificada por tener la atención en un libro, palabras cruzadas y/o programa televisivo (demás está aclarar que desde el 11 de junio el fútbol es prioridad aún para los menos avezados en este masculino deporte).
De repente, algo en ese universo que conforma el fondo del cuadro, empieza a moverse y se escucha: ¡qué frío, eh!, acompañado con un movimiento corporal que denota escalofríos y un restregarse las manos como buscando un calor que no existe. Esta frase (que en realidad es una queja), intenta generar en el otro una respuesta que no llega, una sonrisa de cortesía, o el clásico comentario: y, sí… estamos en invierno.
Rolando Hanglin dice que, habiendo conocido la cultura de varios países, nos queda a nosotros la autenticidad de la queja. El reclamo por el estado del tiempo es un argentinismo.
Es que tenemos alma de tango, y el hermoso y armonioso sonido del “fuelle” suena, para muchos, como una queja.
Contradictoriamente, los libros llamados justamente de “quejas” permanecen, en su mayoría, vacíos de toda palabra, guardados en un cajón. Porque la oralidad, en estos casos, es casi una característica ineludible, conjuntamente con la necesidad de saber que alguien más siente lo mismo
Entonces, aquellos sentimientos que se generan en la espera de la cola de un Banco,     (algunas personas, por decoro o educación sólo los transforman en pensamientos), toman cuerpo en las palabras de alguien que, mirando hacia el compañero de atrás (o de infortunio), dice: ¡se creen que el tiempo es importante sólo para ellos! Esperando, a partir de la aseveración, un alivio a la culpa y al malestar.
La queja es, según Quino en boca de mi querida Mafalda, el deporte de los argentinos. El más practicado, sin dudas. Me quejo, luego existo. Marca el fin de un proceso individual de malestar para intentar ser compartido con otros. A veces es una catarsis que alivia pero no construye.
Entonces, puede ser el final del proceso o la fuerza que nos marque el comienzo de una historia de transformación.
La decisión es nuestra.
  
  

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