Directo al corazón... roto


OJOS NEGROS, PIEL CANELA…*

Por Alejandra Tenaglia

La música ha logrado albergar en su seno tantas variadas historias de amor, que difícilmente se presente una situación de la que no podamos hallar su reflejo en letras que van desde el tango más lánguido hasta el rock más violento. Aun cuando la historia que la canción cuenta difiera notablemente en su esencia, con una situación definida y concreta, su comienzo, el estribillo, una descripción, una línea solitaria, son suficientes para que la asociación se produzca y el lazo se anude inexorablemente. Entonces ocurre que el tiempo pasa y la canción suena una tarde cualquiera, haciendo emerger los recuerdos que se presentan frescos como niños traviesos que habían permanecido escondidos más allá del horizonte.
Leí la historia del periódico anterior y no pude evitar pensar en la mía, también triste, pero lejos, lo más importante que me pasó en la vida. Eso afirmó nuestro protagonista de hoy, antes de narrar aquello que por un rato, fue más presente que el atardecer sucediendo mientras yo lo escuchaba. Su mirada invadida por puntas de estrellas. Sus gestos perdiendo la seguridad que suelen encarnar los adultos y vueltos titubeantes, descontrolados y hasta infantiles.
Desde el momento en que te vi cruzando la calle hacia mí, sabía que serías mi perdición. Eso le dijo el caballero a la dama, en el tercer encuentro. Cuando ella lo arribó en la calle por cuestiones laborales, él impelido por motivos que no supo explicarse, menos aún en medio de su maratón diaria, dilató un asunto solucionable en pocas palabras y pactó un café para la semana siguiente. En el segundo encuentro, emprendió una charla que mucho distaba de aquello que los reunía; una charla que ni siquiera recuerda debido al encandilamiento que le produjeron los ojos negros de ella, y su piel canela. Excusó entonces la necesidad de un nuevo encuentro, para ratificar datos que conocía tan bien como el tramo de la ruta que una vez por semana atravesaba para llegar a este pueblo a trabajar. Y en esa semana que separó un encuentro del otro, removió cajones casi olvidados, renovó su vestuario, observó de cerca en el espejo a un hombre que había dejado lejos, se preocupó por los kilitos de más y el pelo de menos, redescubrió que las flores tenían aroma, el cielo una magnífica geografía y las personas algo que las distinguía unas de otras. Al fin logró detener su ir y venir, y movido por la reflexión, admitió que la aparición de esa mujer, de la que tan poco conocía, era la causa inequívoca de su alboroto inminente. Hombre de pocas vueltas y ninguna estrategia, le confesó todo esto en el mismísimo tercer encuentro, una tarde cruda de invierno, en un bar desolado del pueblo. Vas a ser mi mujer, algún día; dijo envalentonado y sintiéndose con la fuerza suficiente como para escalar el Everest descalzo. Y parece que lo consiguió, ella fue su mujer durante un breve tiempo, no más de 3 ó 4 meses, en los cuales, sin embargo, no dejó de repetirle a nuestro enamorado, que sus planes no incluían arraigarse a nada más que el momento que el presente iba tejiendo. Él lo intentó todo para que esos planes cambiaran, convencido de que el amor puede hacer cambiar el sentido de rotación de la Tierra y de que era imposible que un sentimiento tan profundo no pudiera operar al menos por contagio. Pero ella igual lo abandonó. No obstante, él sugiere: quizás sí logré que me amaraTal vez, sólo tal vez, el fin devino por aquello de “estar en momentos diferentes”. Y quién sabe si aquello de que “la vida siempre da una segunda oportunidad”, no sea también verdad. Siguiendo con la sintonía de su decir, nadie sabe lo que sucederá mañana…

* Basado en una historia real cuyo protagonista a pedido la reserva de sus datos.

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