Conistas de a pie



LA ISLA ESMERALDA

ÉIRE

Por Ana Guerberof

Desde Dublín, Irlanda

Así es el nombre en gaélico de la República de Irlanda. En ocasiones también se refiere a ella como Erin (variante en gaélico) o Hibernia (nombre de origen romano). Aunque este país sea conocido como Irlanda, Éire me resulta más poético. Y es que la literatura y esta isla poseen una más que estrecha relación. Cuatro irlandeses han recibido el premio Nobel de literatura: William Butler Yeats, George Bernard Shaw, Samuel Beckett y Seamus Heaney. Si tenemos en cuenta que su población actual es de unos 4,5 millones de habitantes y que Francia con 68 es el país con más premios en esta categoría (15) lo de Irlanda es todo un logro. Pero la lista de escritores no acaba ahí. Oscar Wilde, Bram Stoker, Jonathan Swift, J.M. Synge, Sean O’Casey… James Joyce no recibió el galardón y, sin embargo, su novela Ulises es una de las más importantes de la literatura universal.
Hablando con un querido amigo en un pub de Dublín me decía que lo que más le gustaba de Irlanda era en primer lugar los irlandeses, luego su dramático y agreste paisaje y, por último, ese ambiente amable y relajado. Yo pensaba que mis preferencias eran la literatura, la música (incluyendo la lengua) y, como dicen por aquí, sus mil tonalidades de verde. En realidad, mi amigo y yo hablábamos de lo mismo pero desde ángulos distintos.
Por eso, y aprovechando mi visita, no podía perderme una conferencia sobre la amistad entre Samuel Beckett y James Joyce. Pensar que dos escritores de este calibre coincidieron en París y que llegaron a entablar una duradera amistad, me maravilla. Se conocieron en París en los años 20 cuando Joyce era un escritor ya consagrado. Se sabe que Beckett colaboró en la redacción de la novela Finnegans Wake como parte de un grupo de fieles asistentes intelectuales que rodeaban al admirado escritor. (Si Joyce escribiera ahora ayudado por Google, quizás esta maravillosa amistad nunca hubiera ocurrido.) En ese momento, mientras Joyce estaba inmerso en la construcción de su última obra, Beckett comenzó a publicar sus primeros artículos y novelas. Aunque su relación se asemejara más a la de un maestro y su discípulo (Beckett muy pronto se emanciparía), el respeto mutuo era manifiesto y duraría toda la vida, aun cuando Nora declarara a Beckett persona non grata al no retribuir de igual los sentimientos profesados por su hija, Lucia Joyce (pero esta es una historia que sólo conocen sus protagonistas). ¡Quién hubiera podido participar de las caminatas de estos dos genios por las calles de París!
A pesar de que ambos abandonaron el país y eran ciertamente críticos, creo que sus textos ejemplifican el carácter irlandés. En primer lugar, su obra tiene un marcado sentido del humor, socarrón y agudo, y, en segundo lugar, nos hablan de la persona corriente. Joyce nos explica en cientos de páginas 24 horas en la vida de Leopoldo Bloom, coloca en el centro de la novela a un Ulises de a pie, como ustedes y como yo. Las críticas le adjudican un carácter impenetrable a la obra, es ciertamente compleja, pero Joyce magnifica con su lupa la vida de una persona que podría ser cualquiera de nosotros. Beckett, por su parte, y a pesar de que se lo inscribe en una corriente pesimista, no deja de contarnos con humor, en ocasiones amargo, la vida de personas comunes, con sus miserias, sus pequeños logros, sus memorables o insignificantes amores pero por encima de todo sus vidas solidarias (escenificado magistralmente en las figuras de Vladimir y Estragón en Esperando a Godot o por Winnie y Willie en Los días felices).
Quizás tengamos mucho que aprender de Beckett y Joyce, y de los irlandeses, en colocar en el centro de nuestro paradigma al ser humano, al antihéroe en cierta forma, en contacto con sus congéneres, su comunidad, en una especie de soledad compartida con humor. Seamos amables con el otro y riámonos de aquellas partes de nuestra vida y de nosotros mismos que realmente no tienen importancia y también de aquellas otras que quizás sí la tengan.

1 comentario:

  1. Excelente Ana!
    Has retratado el espíritu irlandés con bastante maestría y poesía.
    Me encantó.
    Gracias
    T

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