4 manos / 1 texto (3º entrega)



4 manos – 1 texto

ESPUMA DE MAR

(Continuación)

Por Alejandra Tenaglia y Sebastián Muape

13
Sentado solo en un bar, prestándole atención a la forma en que se miran las parejas que están desayunando, el hombre deambula por sus dudas y se frustra viendo cómo todo se le cae encima.
La distancia le noqueó la autoestima. Se recuesta sobre el respaldo de la silla, cruza los brazos y mira el empedrado desde la ventana. Sabe perfectamente que hace rato traspasó el umbral de paciencia de Juana. Sabe también que ya debe haber llorado por él dos o tres noches, y ese es el lastre permitido. Siempre le envidió su instinto para sobrellevar temblores, tocar fondo y emerger como si las amarguras se fueran transformando en una historieta sin correlato en el día a día. En cambio él, ahora, no puede hacerse cargo de la huida. Busca repartir culpas, pero se da cuenta de que sale mal parado de la ecuación. No estuvo a la altura de sus propios sentimientos ni de las verdades que la historia entre ellos merecía. Siempre se guardó algo y especialmente en el último año, donde su potente necesidad de ser padre, se estrelló contra los planes de Juana. Entendió entonces que ella escribe los acordes en otros pentagramas, que vivió felizmente en su entrepierna pero que jamás va a acceder a su vientre. Ante ese cuadro, inventó una explicación falaz y sin besarla en la despedida, salió del cuarto en puntas de pie. 

14
El timbre suena pero Juana parece no advertirlo. O decide ignorarlo. Lo cierto es que sigue tecleando sin pausa, como alcanzada por una ráfaga de certeza.
Otra vez el timbre. Nada.
Golpes en la puerta de entrada. Nada.
Recién cuando escucha su nombre, levanta la mirada del monitor y parece tomar contacto con el mundo circundante. Abre.  
Ah, es usted… Pase…
Ni la sonrisa de Blas, ni su “buenas tardes”, ni su “gracias”, existen para Juana, que aún abstraída por su trabajo le dice sin pausa: Ahí tiene la puerta que va al patio, entre, salga, haga, y cuando termine me avisa.
El bombero sólo dice “bueno” y, marchito su nerviosismo florido de expectativas como si hubiera sido alcanzado por un viento helado, se dispone a hacer lo suyo en silencio. Sin embargo, un ronroneo dentro de su cabeza le impide disfrutar de la tarea. “Quién se piensa que es, flaca amargada… Mal llevada… Antipática… Me imagino lo que deben ser las cosas que escribe… Escritora… Ja… ¡lindo laburo!... Le pagan por inventar... Qué tal… ¿Tanto lee la gente como para que todos estoy hippies vivan de eso?... Bueno, no tan hippy, mirá dónde vive… Esta porque la pegó, pero… Artista… Artista hay que ser para…” 
- ¿Todo bien allá arriba?
Sonrisa de lado a lado otra vez. 
- ¡Sí! Va a tener que llamar a un albañil, pero… 
- Genial. Salgo. Cuando termine… vaya nomás. Déjeme la boleta en la mesa o paso directamente por el cuartel.
Ni un minúsculo rastro quedó en el rostro de Blas, de la repentina alegría con la que había empezado a contestarle a Juana.
Del asombro pasó a la tristeza -cuando la vio desaparecer antes de que pudiera siquiera terminar su frase-, y de allí desembocó en el enojo, en dos pestañeos. Como minutos antes había hecho el camino inverso.

Analía le alcanza un mate caliente, mientras ya en la oficina, Blas labra un informe sobre las verificaciones realizadas en la manzana de Juana.
“¿Nos vemos esta noche?”, escribe en su celular; envía el mensaje con tres destinatarias.
“Chau Ana”, le dice a su compañera, y silbando se retira del lugar, pensando en si la camisa blanca estará entre la ropa que llevó a lo de su mamá para lavar, o colgada en su placard, lista para una salida más.

15
- ¡Nene, si tenemos que entrar no te separes ni un puto segundo de al lado mío, pero ni un segundo! ¿Entendiste? ¡Mirá que esto no es joda, es un quilombo en serio, eh! 
- ¡Sí Señor, le entiendo perfecto, me quedo con usted todo el tiempo! 
- ¡Cuando bajemos ocupate de estirar las mangueras, controlá la presión del dispersor y asegurate de que cada uno tenga una línea de ataque lista, si necesitás ayuda vas al vehículo de apoyo! ¿Estamos?
- Perfecto Señor, como usted diga, perfecto Señor, sí, sí… 
- La baulera de “hierro pesado” también es responsabilidad tuya y del otro pendejo; prestale atención a las señas de tus compañeros; ya sabés: barra, barreta, hacha, maza, oxígeno... 
- Perfecto, ningún problema Señor, lo que usted diga. 
- Y tranquilo, siempre en calma, acordate que acá lo más importante es cuidarnos entre nosotros, ¿estamos?... ¿Cómo era tu nombre, nene? 
- Blas Señor, Blas Cárdenas… 
- Bueno Blas, lindo debut vas a tener… Controlá que tengas todo el equipo y cambiá esa cara de asustado, ¡vamos pendejo que acá hacen falta hombrecitos!
En minutos, una mañana se convierte en efeméride al revés. Queda escrita la hoja del libro de su propia historia, que va a releer infinidad de veces, buscando darle una vuelta de tuerca para que no apriete tanto. Años de terapia, la frustración lógica de creerse sin norte siendo tan joven, depresión y hasta ganas de volver al útero. Todo junto, de noche y de día.
Casona con pisos de buena pinotea. Una pantalla de cuarzo mal ubicada, láminas que visten las paredes con dibujitos de plazas y arcoíris. Salita de 4 en el piso 3, inconsistencia numérica y absurdidad. Matafuegos tan escasos como el sentido común. En medio de la escena desbordada de desesperación, Blas cumple uno a uno los pasos de su protocolo. Actúa como si fuera un verdadero profesional; está tan asustado como orgulloso. Ya cuando ve salir a un compañero con una mujer a la rastra, malherida, con lo que queda del cuadrillé adherido a la piel negra de tizne, ya cuando escucha que gritan que hay dos nenes en el segundo piso, no le pidan protocolo. Corre hacia la entrada, de nada sirven los gritos de los demás. A uno se lo sacó de encima con un manotazo en el pecho. Bienvenido al infierno, a la derecha está tu destino. Sube el primer tramo de la escalera de madera, deshecha por el fuego. Calcula mal y mete la pierna entera por un hueco entre los escalones, el peso del cuerpo hace el resto. El fémur colapsa, igual que el piso de salita de 4. ¿Dónde carajo fue a parar el sol? ¿Muero rápido o esto recién empieza? Mi vieja. Segundos, minutos, todo da igual. Este es el horizonte de sucesos donde el tiempo fluye diferente. Hay aire para respirar, poco, pero se aprovecha. La lotería del muchacho estuvo en que dos compañeros lo habían visto entrar, pero no salir. La sangre le inunda la vista, mientras se siente arrastrado. Con la primera bocanada pura, alcanza a pedir que alguien ayude a los nenes. Lo invade una polifonía de sirenas y con los ojos muy abiertos, ve cómo un médico le pone la máscara mientras lo están subiendo a la camilla. Dentro de la ambulancia explota en un llanto masivo cuando escucha a alguien decir, que sólo uno de los chicos se salvó.

16
Mientras hace cola en el súper, Juana se pregunta: ¿se les paga a los bomberos?, mmm faltaría que no y yo… qué animal… ¿Y si lo invito a cenar? De paso no como sola… Además tiene una carita de dulce que… 
La cajera le interrumpe el pensamiento. Paga. Sale apurada. Pero Blas ya no está en su casa, ni hay papel alguno que indique cifra a pagar. 
Bueno Juanita, si querés charlar un rato con alguien no te va a quedar otra que ir a un bar, se dice en voz alta, de buen humor como siempre lo está cuando las líneas que avanzan su novela, la conforman; y abre las puertas de su placard.

17
Dos de las destinatarias, contestaron “¡dale!”, así que Blas debió alegar un contratiempo en el cuartel para una de ellas. Eligió a Claudia, a quien conoce desde la infancia y con quien puede charlar de todo, a sus anchas. Hubo alguna noche con besos y urgencias colmadas con simpleza y sin palabras postreras, nada más.
Pero como uno planea y el destino plantea su propia estrategia, hoy es Claudia la que habla sin parar, narra sus problemas de trabajo, su hartazgo, con esa minuciosidad que tienen las mujeres para describir una escena completa con diálogos y todo, con el solo fin de poder conceptualizar luego. “¡No me digas que el tipo no es un hijo de puta!”, está justamente diciendo ahora. Y mientras Blas asiente con la cabeza -acodado en la barra y dejándose alcanzar más por el bienestar que la música le produce en el cuerpo, que por la vehemencia de su amiga-, ve a Juana asomar entre los muchos rostros que esperan frente al barman, su boca modula pero no logra oír lo que pide. Lo que sí logra es -a fuerza de empellones y de una determinación instintiva que en general sólo se activa cuando sube a la autobomba-, ubicarse precisamente allí, por donde ella deberá pasar.

(Continuará…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario