Constructores*
Por Alejandra Tenaglia
Los centros de estudios de todos los niveles, además de formar la voluntad, alimentar el espíritu, proporcionar conocimientos y estimular los descubrimientos, propician la sociabilidad, generando la oportunidad de relacionarnos con más gente que aquella que nutre nuestro círculo familiar. Es por eso que, no son pocos los casos, en los que estos recintos del saber han sido cunas de amores.
Los protagonistas de esta historia se conocieron en una de las tantas Facultades dependientes de la Universidad Nacional de Rosario. El azar, la casualidad o el destino los unió en un mismo grupo constituido a los fines de elaborar un trabajo, en la cátedra de Análisis Proyectual. Desde ese instante hasta esta primavera de 2010 que ha llegado algo mojada, han pasado quince fornidos años.
En aquel 1995 cursaban el segundo año de Arquitectura. Allí, en el complejo conocido como “ciudad universitaria”, por primera vez, se miraron. Y se presentaron. Y trabajaron juntos. Y desde entonces compartieron noches de estudio, tardes de charlas, mañanas apuradas por cumplir en tiempo y forma con la entrega de maquetas, planos, y corolarios varios. También compartieron sus afectos, esto es: se hicieron amigos de los amigos que cada uno tenía, conocieron padres, hermanos, primos, y hasta las respectivas parejas.
Pero siempre siempre –hoy mirando hacia atrás, lo afirman con claridad-, sintieron una afinidad especial. Y nunca nunca, a pesar de ello, y de tantos momentos importantes convividos, y de tantas fiestas -en las que Baco suele propiciar la negligencia-, hubo una transgresión de ese fuerte vínculo que fueron construyendo, ladrillo sobre ladrillo, año tras año.
El tiempo siguió corriendo con sus mil sucesos. Viajes, idas y vueltas, descubrimientos, amores, mudanzas, afrentas, cansancios, cambios de planes y reincidencias constantes. También llegó el momento en que recibieron el diploma que los definía como arquitectos. Ella por entonces, ya tenía un hijo y había vuelto a su pueblo junto a sus padres, hasta que supo generar un espacio propio donde además instalar su estudio profesional. Él comenzó a trabajar en esa ciudad que mora a la vera de un río.
Hubo lapsos en blanco, sin noticias ni visitas, en los que simplemente las circunstancias los distanciaban, con esa naturalidad que tiene la vida para llevarnos de la mano por bifurcados caminos. Luego, llegaba un comentario, un encuentro inesperado o una reunión de ex facultativos en la que volvían a cruzarse. Siempre con la distancia correcta y límpida de los amigos.
Hasta que un día el caballero llamó a nuestra dama para avisarle que iría a su pueblo, a su casa, a visitarla. Habitual viajero, la ayudó a armar las valijas con las que ella iría de excursión al sur del país; se convirtió luego en el asador de una reunión en la que no sólo estaba ella sino también sus amigas, que fueron llegando como casi todos los sábados, sin temor a molestar intimidad alguna. Es que hasta entonces él no era más que “un amigo rosarino de la Facultad”.
Con pasos firmes, la noche avanzó despejando el escenario en el cual, quedando los protagonistas en soledad, se despidieron hasta el día siguiente, sin más… Sin embargo, Morfeo, dios griego del sueño, moraba por otras colinas. Y Eros, preparaba el terreno en el que el acercamiento no se hizo esperar. Ya frente a frente, él confesó su amor y besó a la dama. Y aunque la confusión inicial que implicó el cambio de roles, les provocó hasta temor, cada día ratifican ese instante en el que se animaron a probar, a saber, a sentir qué había al otro lado de la línea que los tenía siempre sujetos a ella y mirando hacia el otro lado, con curiosidad y deseo.
Es el hombre de mi vida, el abrazo del que no me quiero ir nunca más, repite ella. Destaca además su simplicidad, su profundidad, la convicción en sus valores y la habilidad para solucionar problemas mundanos y aquellos que portan más ornamentos. Él suele reprenderla por ser caprichosa y egoísta, pero lo que con más vehemencia señala, es que es su sol de todos los días…
Hoy, como suelen hacer los enamorados, interpretan el pasado, leen sus gestos, devanan hipótesis, hilvanan hechos… Disfrutan de esta primavera que los encuentra tomados de la mano, unidos casi retroactivamente, planificando un futuro juntos, diseñando proyectos; haciendo maquetas, croquis y planos, esta vez, nada más y nada menos, que de sus propias vidas.
* Basado en una historia real cuyos protagonistas han pedido la reserva de sus nombres.
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