Por Carina Sicardi
Y llegó diciembre…
Mes emblemático, largo en días, emociones y conclusiones. Largo si se piensa en función del interminable tren de acontecimientos, en general relacionados con la alegría de despedir el año con quienes hemos compartido un cúmulo de sentimientos, aventuras y desventuras. En fin, la vida.
O un tramo de ella, un segmento, al que por esa arraigada costumbre de limitar lo inabarcable, marcamos con un principio y un final.
Saber que el almanaque, hermano fiel del reloj, funciona más allá de nosotros mismos, nos alivia y nos presta argumentos para justificar la falta de algunos logros, junto con la esperanza de renovar objetivos o ilusiones (para quienes decidimos ser incurables soñadores).
Siendo partícipes de una alocada carrera, vamos transitando los días que se transforman en meses sin detenernos siquiera a pensar en ello, hasta que alguien, en la monotonía de un momento cualquiera, pregunta: ¿qué día es hoy?
¡Atención! Segundos de silencio siguen a esta “complicada” interrogación, filosófica si se quiere, en virtud de la cantidad de respuestas diferentes a que daría lugar.
Quince, responde en la mayoría de los casos un administrativo, harto de repetirlo en las infinitas planillas que completa y que parecen multiplicarse más allá del entendimiento.
No, no te pregunto por el número, quiero saber el día.
Cuestionamiento más complejo aún. Miro alrededor. Si el ambiente está cargado de un contagioso pesar, no hay dudas: es lunes. Si, en cambio, el maquillaje a duras penas logra ocultar el cansancio pero se vislumbra un dejo de inminente futura alegría: es viernes. El resto: martes, miércoles, jueves, queda supeditado a la agenda de actividades propias y/o de hijos, padres, etc. Sábados y domingos tienen sello propio, no necesariamente feliz, pero sí más desestructurado.
Definitivamente es lunes.
El sistema de turnos se cayó.
La primera paciente (mayor ella, como corresponde a las ocho de la mañana), no adepta al idioma informático, cree que la computadora se hizo trizas contra el suelo. Alguien se quedó atrapado en los brazos de Morfeo.
¿El marido se llama Morfeo?, pregunta otro que no entendió el chiste…
En fin, hoy es quince.
¿De qué?
De noviembre.
¡Cómo pasó este año!
Estos diálogos, escuchados casi al pasar, me generan una sonrisa; hasta que despierta mi conciencia: lunes 15 de noviembre, vencimiento de la facturación de algunas mutuales y… ¡hoy tenía que entregar el texto al periódico!
Llega el último texto del año y no puedo recordar si alguna vez llegó a tiempo, del calendario, por supuesto. Porque creo que, en realidad, siempre se llega a tiempo. Al nuestro. Al que hizo que coincidamos.
Yo acá, intentando evitar el miedo de que me conozcan sin estar detrás del escritorio, con el peso de saber que las palabras no tienen vuelta a atrás; sabiendo además, que una vez que circulan, ya dejan de ser mías para convertirse en nuestras.
Ustedes allá, esperando cada uno algo diferente de todos los espacios que conforman este sueño.
Este es nuestro tiempo. El de estar juntos, ¡aun! en el pobre diciembre. Tan corto para intentar hacer todo lo que no pudimos en los otros once meses. Tan cargado de colores, de verano, de esperanzas, de nacimientos. Dándonos la posibilidad de sentir, más allá de las creencias, que no es necesario tener todo para intentar ser felices.
Podría cerrar este espacio que nos reúne, diciéndoles simplemente feliz año para todos; pero los sumo al deseo que destino y comparto sólo con mi gente más querida: AMOR Y POESIA.
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