La vida es un milagro


Por Mariano Fernández

La vida es un milagro. En verdad.
En la lotería de la naturaleza, nos hemos ganado la grande. Las posibilidades de que algo salga mal, son miles. Somos la casualidad más asombrosa, el fruto casi perfecto del azar y en muchos casos del amor. Somos el resultado de un doble seis genético.
Nuestra concepción se da en un tiempo y un lugar tan preciso, que la propia naturaleza debe multiplicar las posibilidades con un tiro de escopeta de millones de perdigones. Sin esos millones de espermatozoides, las posibilidades de fecundación de un óvulo serian drásticamente menores. Al contrario de lo que muchos piensan, la concepción es un hecho bastante azaroso. Pensemos que en ese encuentro, en ese ínfimo contacto, colisionan miles de años de información genética. Cuanto menos es sencillamente maravilloso. De ahí venimos.
Luego nueve meses de gestación, uno de los períodos más largos del reino animal. Y hasta aquí la parte fácil.
Nacer debe ser una experiencia traumática para todos. Pasar de un lugar cálido y confortable a un lugar como este planeta, que para agregar calamidades, está poblado completamente de humanos. Somos una especie absolutamente desadaptada al nacer, no caminamos ni podemos procurarnos los alimentos. Somos indefensos desde el punto de vista bacteriológico, físico y emocional, por varios meses y en algunos casos, años. Y aun así, sabiendo todo eso por experiencia propia y por educación ingerida, emprendemos el camino que nos convierte en padres. Seguimos trayendo gente a esta Tierra. Si lo analizáramos más, si nos detuviéramos a pensar por un momento en la cara y las acciones de Bush, en el calentamiento global, las guerras y la hijaputez humana en cualquiera de sus formas; si antes de procrear recordáramos Wall Street, dictaduras, pedófilos, el hombre explotado por el hombre, fusilamientos, limpieza étnica, corrupción, enfermedades prevenibles y laboratorios que hacen negocios; si yo hubiera pensado en Codesal, recordado a la enfermera gorda llevándolo del brazo al Diego; si hubiera tenido la cabeza más fría y el corazón congelado, no te hubiera traído, hijo mío. Pero recordé en un instante de turbación que también existe la primavera, los amigos y el tinto, los besos, Bob Marley, Mozart, el tango y las luchas -porque, ¿quién dijo que luchar no nos hace felices?-; me acordé del gol a los ingleses y de gritar “dale campeón”. No podía dejar que te pierdas las playas, lo hermosa que puede ser una ciudad fea cuando te dejás seducir por ella, los asados de tu abuelo. No podía impedir que descubras lo que es enamorarse, ir a la cancha, sacarte un diez y un cero también. No podía privarte de los ojos de tu mamá y de un padre tan cursi...
Así que perdón hijo, el mundo es como es. Está bueno y es un infierno también. Hay que cambiarlo ¿sabés? Voy a estar con vos en eso. Teneme paciencia, yo también soy nuevo en esto.
Estoy feliz de que estés acá, durmiendo en tu cuna al lado mío, totalmente despreocupado como debe ser, mientras escribo.
Te miro, me doy cuenta de que sonrío, y yo mismo me repito una y otra vez: sí, la vida es un milagro.


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