Cronistas de a pie


ENCUENTROS Y PATRIAS


Por Ana Guerberof

Once meses al año soy una argentina que vive en España y, según dicen, se me nota en todo: el acento, la manera de ser, incluso la apariencia física. Sin embargo, un mes al año, y sorprendentemente en la propia Argentina, soy una auténtica “gallega”. Se trata de un caso de bipolaridad nacional, una situación esquizoide difícil de explicar o asimilar pero con la que está familiarizada la mayor parte de las personas que han emigrado en algún momento de su vida y se han encontrado casi por azar y sin quererlo en un “fuera de juego”. Y quizás también le ocurra a muchos que se sienten del mismo modo sin haber siquiera cruzado una frontera. No son ni de acá ni de allá. Aunque al  principio enfrentarse a esta situación puede llegar a incomodar e incluso doler (¿qué autoridad tienen los otros para decidir sobre nuestra nacionalidad?), creo que se trata de hecho inevitable en el que es conveniente sumar y no restar. No enfocarlo como un “ni-ni” sino como un “y- y”, es decir, “yo soy de acá y de allá”.
Porque, al final, uno acaba perteneciendo a una nebulosa de imágenes, un constructo, entre paradas de tren a ambos lados del Atlántico. Esto me recuerda a ese cuento de Cortázar, El otro cielo, en el que el protagonista pasa de Buenos Aires a París, de un siglo a otro, con tan solo entrar en un pasaje. El límite entre tiempo y espacio no existe. En ocasiones, me siento de esa manera, entro en una estación de subte de Buenos Aires, en Carabobo, por ejemplo, y me bajo una horas más tarde en la parada de metro Sagrada Familia de Barcelona, casi de forma imperceptible. Seguimos siendo la misma persona, o es posible que seamos dos en una, cambian algunos lugares, el aire es ligeramente distinto, hallamos otra musicalidad en el acento, pero la persona siente que habita su lugar igualmente a pesar de la exclusión a la que la someten los otros.
Ahora que la xenofobia es una moneda de cambio político y social (ante la crisis habrá que culpar a alguien de todos los males), cuando parece que tener una sola patria definida, con rasgos y con costumbres precisos, es de suma importancia, y cuando se puede incluso expulsar a alguien de un territorio por no tener un documento, un trozo de papel que te autoriza a estar (que no a ser), me pregunto qué pasará con todos los multipátridas, un grupo en franco aumento, es decir, con todos aquellos que contamos con más de un lugar de pertenencia e intentamos sumar. ¿Nos expulsarán a una isla? ¿O quedaremos como en un limbo, como antes los no bautizados, hasta que tengamos un rostro o un acento determinado y entonces podamos regresar y formar parte del todo? La lástima es que si nos mimetizamos, si nos acabamos adaptando a todo y perdemos el acento o cambiamos el color,  siempre sabremos que una parte de nosotros se perdió, que estamos incompletos como dos gemelos separados al nacer que presienten la ausencia de un compañero de vida. Me pregunto si a la larga esa falta no será peor que la comodidad de pertenecer.
Me resulta difícil creer en esta patria de exclusión que proclaman algunos, creo que puedo entrar en Chabás, estacionar delante de un quiosco, cruzar la calle  y encontrarme con personas que compartimos un mismo lugar en la imaginación y un cierto espíritu, aunque existan claras diferencias. El encuentro es lo contrario a la exclusión y puede ocurrir en una redacción de Chabás de una calle de un pueblo pequeño de Argentina a 10300 kilómetros de Barcelona. El encuentro no conoce pasaportes, acentos, rasgos, le da igual, se produce tomando un mate en una mesa hablando de vivencias comunes. Es en esto en lo que deberíamos fijarnos, en lo que nos aboca al encuentro con el otro y no en lo que nos diferencia, como este encuentro que yo tengo con ustedes, lectores chabasenses, cada mes a kilómetros de distancia. Esa es la verdadera patria, el vínculo que nos une, lo demás es simplemente restar.


2 comentarios:

  1. Muy buen artículo, Ana. Tienes toda la razón. Incluso has hecho brotar en mi un anhelo de ser de más de un lugar. Pero mi unipolaridad nacional no es grave porque, como muy bien dices, la patria es el encuentro. Besos desde Barcelona.

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