AMOR REPARADOR…*
Por Alejandra Tenaglia
El deseo insiste, me dijo un amigo cierta vez. Y quizás ningún terreno sea tan fértil para hacer de esa máxima una práctica, como el del amor.
La pareja que hoy nos ocupa fue, antes de unirse, partícipes de otras historias sin llegar a ser, posiblemente, verdaderos protagonistas de las mismas.
Se conocían desde hace más de una docena de años; fueron amigos por esas circunstancias de roces casuales en razón de terceras personas; incluso él ocupó un lugar especial en las fantasías de ella, que ni intentaron ser convertidas en realidad por prohibiciones morales impuestas por costumbres tales como “con los amigos de familiares, no”.
Luego fue la fatalidad quien se apropió de estas dos vidas divergentes, que discurrían por lechos solitarios puertas adentro del corazón, a pesar de estar acompañados en la cotidianeidad de los días. Ambos perdieron seres muy cercanos y queridos, entrando en ese ensombrecimiento que nos toma cuando la muerte pega en el fleje de nuestras existencias. Así, quizás un poco por el aturdimiento, quizás simplemente porque “no era el momento” -como suele decirse para llamar de algún modo al caprichoso y sinuoso mapa del tiempo-, construyeron cada uno por su lado, matrimonios; tuvieron hijos, buscando como todos lo hacemos, vislumbrar el rostro esquivo de una felicidad que siempre se presenta en pequeñas parcelas.
Hasta que un grupo de trabajo en común fue la excusa de que se valió el travieso Cupido, y en medio de una charla sencilla en la que nuestros enamorados se narraban su presente y el modo en que habían arribado a él, el arquero certero los ungió con su flecha. Tal es así que ella, debido a ese encuentro, se planteó por primera vez y con seriedad lo que ya abuela, madre y amigas le advertían a gritos: ¿soy feliz? Y a él –lo confesaría después a nuestra dama-, lo invadieron similares mordaces cuestionamientos.
Ella, escoltada por sus hijos pequeños, partió hacia una nueva vida aunque lo por venir con sus mil dificultades, la asustara hasta quitarle el sueño.
Él, decidió también que el final era el destino obligado de su matrimonio, y con más prisa pero sin pausa emprendió el camino hacia la separación.
Luego, se animaron a probar. Ya hace más de un año que esta historia postergada, se ha convertido en una tangible realidad, que integra incluso a los pequeños que cada uno posee.
Los golpes que les ha propinado la vida permite que puedan mirar desde una misma hendija, el paisaje que se despliega todos los días desde que nos levantamos hasta que nos vamos a descansar; la lucha perenne por alcanzar la alegría; el incansable esfuerzo por hacer de los proyectos personales, metas logradas; las amistades indispensables para arroparnos el alma, compartidas, potenciadas, estimuladas…
Ella aporta practicidad, resolución, modos concretos de ejecutar los mil proyectos que él siempre pergeña, de a poco y coherentemente.
Él, a pesar de su naturaleza impulsiva, su vehemencia y locuacidad viscerales, es el puntal que le brindó a ella la seguridad deseada, ganando, para sí mismo, la tranquilidad que tanto necesitaba su atribulada personalidad.
Un soñador que ha encontrado la complitud exacta para, sin dejar de volar, aprender a caminar.
Una mujer que ha recuperado la sonrisa, la mirada jovial, el juvenil modo de andar que nada tiene que ver con la edad que portamos.
Amor y dolor, dos sentimientos feroces a la hora de tomarnos por el cuello.
Pero quizás, y tan solo quizás, sean los únicos que posean el ímpetu despiadadamente arrollador como para hacernos cambiar y, en ese mismo cambio, conscientemente y con los ojos bien abiertos, descubrir cuán importante es decidir, ser feliz.
* Basado en una historia real cuyos protagonistas han pedido la reserva de sus nombres.
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