Por Mariano Fernández
Un día de mierda. Para mí, para todo nuestro pueblo, eso es lo que fue ese viernes. Qué difícil escribir sobre esto. Difícil por ir tipeando esquivando el amarillismo, y porque si bien siempre escribí desde las tripas, hoy estoy indignado, enojado, triste, y a veces eso puede ser contraproducente. Todo eso revuelto sube hasta el teclado. Les confieso que esta no era la columna que teníamos pensada. Y ya que estamos de confesiones, les cuento: escribo por gusto -sobre todo por eso- y por encargo. La directora me propone un tema, lo charlamos y lo tomo o no. Esta vez el tema era otro. Cambié de opinión cuando vi en el Facebook de El Observador el comentario de Alejandra. Certero, transparente, y para mí, inspirador. Entonces, nunca más cierto o pretencioso: “no importa el color del artículo si sirve de algo”. Gracias Ale. ¿De qué sirven los medios si no denuncian? La prensa, el arte, y demás… ¿cuál es su función? ¿Al servicio de quién están nuestros actos? Depende de cómo entendamos esto, nos comportaremos en la vida. Y de eso se trata esta columna, de la vida. Y como cada cosa encierra su opuesto y la vida no es la excepción, también trata de la muerte. Ya fui a los funerales de mi generación. A los funerales anticipados de mi generación. Y veo cómo ese dolor que sentí, que siento cuando veo una foto de mi infancia que no voy a poder repetir, cuando recuerdo un pasaje de mi vida, se perpetúa en hogares de nuestro pueblo. Continúa sucediendo, otras generaciones entierran a amigos. A hermanos, novios, tíos, hijos. No puedo ni quiero seguir viéndolo. Hemos soportado bastante. Hemos sido mansos bastante tiempo. Desde que tengo uso de razón, escucho a gente que dice que los cambios debemos esperarlos desde arriba. No. No más. Los cambios que nos sirven, siempre, surgieron desde abajo, esa es mi experiencia práctica. No más esperar un decreto, una promesa de campaña. La ruta 33 nos llevó suficientes pibes. Nos quitó demasiado futuro, nos empañó el pasado con tristeza. A mí, a vos, a tu vecino; a Sanford, a Villada, a Firmar, a Casilda... Y de Rosario a Bahía Blanca, a miles. La riqueza que fluye por la 33 debe pagar una autopista. Nos la deben, nos la debemos, la hemos pagado con dolor. Entiendo que el problema es estructural. Que el tránsito medido en toneladas, debería ir sobre rieles, como pasa en esos países que nos señalaban que la privatización de los ferrocarriles era la solución a varios de nuestros problemas. La 33 no pasa por Buenos Aires, y por eso, a quienes les corresponde llevar adelante las obras, parece como si no les interesara. Entonces, a esos políticos, yo los señalo como cómplices necesarios de cada tragedia. Por cada ingeniero, contador, diseñador gráfico, maestra, costurera, nueve cabeceador, piba más linda del barrio, laburante que no fue, los responsabilizo. Maldita 33. Malditas tus estadísticas a medias. Cada año en Argentina desaparece el equivalente a un pueblo de 10.000 habitantes por accidentes de tránsito. Santa Fe es la provincia con más muertos en accidentes después de Buenos Aires. La producción que circula por la ruta se multiplicó exponencialmente, lo mismo el número y las prestaciones de los vehículos. Lo único que no cambió fue la ruta. Los números fríos nos dicen que se van millones de pesos en asistencia médica, rehabilitación, salarios, educación invertida, etc. etc. Los números no dicen nada de lo que deja atrás cada uno de esos 10.000. De los 150.000 lesionados con secuelas, del millón y medio de heridos de la 33 en los últimos 10 años. La educación vial es responsabilidad de todos, pero es un deber del Estado garantizarla con políticas acorde, y esas políticas deben incluir obras, como la autopista; leyes, para ordenar; controles, para hacer cumplir esas leyes; y penas, para los infractores. Si el Estado a través del gobierno nacional, no ve la problemática, es nuestra obligación tomar medidas, hacer posible lo necesario. Leí los comentarios de lectores en La Capital online y me avergonzaban aquellos cobardes que se esconden detrás de nicks, para responsabilizar siempre a las víctimas y lavar culpas de gobierno. Entonces, me hago cargo. Hoy, sólo por hoy, voy a dejar de ser Mariano Fernández, el seudónimo que elegí porque, a decir verdad, me da un poco de pudor escribir en un medio sin más preparación que voluntad. Hoy soy Luciano Deluca. La situación y el tema requieren que llamemos a las cosas, y a nosotros, por su nombre.
Luchemos por una autopista. Nunca más días de mierda.
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