Lo que fuimos, lo que aún somos...


NIÑEZ Y CRECIMIENTO

Por Carina Sicardi
  
Determinadas fechas que se popularizan suelen ser motivo para dejar que se entremezclen alocadamente las ideas. El tiempo pasa subjetivamente para cada uno de nosotros, entonces, me encontré pensando estos días (finalizando agosto), en el día del niño; ese que se fue modificando de acuerdo a las necesidades de los adultos, pero no en el ánimo de los verdaderos protagonistas de esta historia.
Historia que comienza con una simple pregunta de compleja respuesta: ¿qué es un niño? Muchos autores han llenado páginas de libros en relación a esta temática. Un niño es, ante todo, un sujeto en formación. Un comienzo real, una concreción de deseos inconscientes, la posibilidad de compartir el camino con aquellos que lo anteceden en los capítulos de la novela familiar, modificándolo.
Yo, particularmente, festejo la posibilidad que me da la vida de compartir los días con mi niño de nueve años y con sus amigos, con los que disfruta cada momento y para los que el tiempo de juego parece no tener fin. Y con mis sobrinos, cuya inocencia y amor recíproco me sorprenden y emocionan día a día. También con aquellos pacientitos cuyos padres traen a consulta y confían en mi saber para intentar decodificar lo que quieren decir a partir de los síntomas, a quienes aprendo a querer desde el momento en que nos descubrimos y nos esperamos sesión a sesión.
Pero fundamentalmente, me gusta conectarme con la niña que fui, con la inocencia de quien se permitía soñar aún estando despierta, con quien no conocía límites en cuanto a la avidez para conocer y descubrir, con aquella que sufría cuando sentía el desamor, la que no soportaba las peleas ni los enojos de los compañeros de juego, la que lloraba cuando no la aprobaban, la que entendía lo que quizás un niño no debería comprender aún…
En fin, con aquella que todavía soy, en otras dimensiones de la historia, con los aprendizajes que da el cabalgar sobre el lomo del río de la vida, transitando torrentes, cascadas, luchando por no encallarme cuando el cauce se hace angosto en tiempos de sequía, disfrutando de la luna que brilla sobre las aguas en la mansa quietud que hamaca la brisa nocturna.
Por eso insisto: no apuren el crecimiento de los niños, tienen poco tiempo para serlo y el resto de la vida para recordarlo desde un lugar de madurez.
Los acontecimientos vividos a destiempo generan síntoma y malestar. Hay muchos niños disfrazados de adultos y muchos mayores eternamente niños.
¡Qué bueno no tener la certeza de la fecha de vencimiento de la niñez! No hay un día de cumpleaños en que al otro día ya se sea adolescente. Es un proceso, un cambio lento y progresivo, casi imperceptible.
La certeza está en el hecho de saber que cada experiencia vivida deja una huella, que no se puede vivir en borrador, que, aunque intentemos borrar lo escrito, es imposible, la verdad subyace. Escribimos cada palabra con tinta indeleble.
¿Qué resabios del pasado se esconde en cada síntoma? ¿Qué hace que lo traumático juegue a las escondidas sabiendo que, en algún momento lo van a descubrir? (Nada ni nadie puede esconderse eternamente).
La resistencia opera en la terapia dándonos las primeras pistas a seguir: “Vengo a resolver este problema puntual, no hablemos del pasado”, como si hablar del presente no incluyera la vivido antes de hoy, como si los síntomas no fueran parte de lo no resuelto, como si se pudiera vivir una historia en donde cada día fuera un segmento, como si no fuéramos también lo que fuimos.
Intentar negar el pasado es tan erróneo como querer avanzar mirando permanentemente hacia atrás.
Gracias a todos aquellos que me han permitido compartir su niñez, abrazo desde aquí a esos locos bajitos.
  
  

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