INCOMPRESIONES
RETÓRICAS
“LA SEPARACIÓN”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
El
desacuerdo entre pares es una constante en el convivir diario de cualquier
individuo. Cada una de las actitudes personales refleja el talante espiritual e
ideológico privativo. Cuando el conflicto recrudece y queda atascado entre
razones irreconciliables, la gran mayoría suele recurrir a la figura del
abogado, profesional intercesor amparado en la ley escrita, que defiende los
intereses de una de las partes en litigio. En efecto, en la actualidad, la
intervención de estos letrados ha ido en aumento, y parece ser la manera más eficaz de llegar a
una solución reparadora, no sin antes atravesar procesos judiciales casi
interminables, que se hunden en kafkianos laberintos copados de expedientes y
declaraciones, apelaciones y sentencias. En La
separación (“Jodaeiye Nader az Simin”) el panorama legal se nos antoja, por
lo menos, extraño. La película dirigida por el iraní Asghar Farhadi centra su historia
en la islámica Teherán, muy lejos del reconocible capitalismo occidental. El
nudo argumental del film se relaciona con las manifiestas discrepancias,
disidencias entre semejantes, entre cónyuges, entre ciudadanos. Desde el
comienzo se hace evidente esta situación, de cara al Juez un matrimonio va
enumerando oralmente, y sin intermediario alguno, las razones por las cuales quieren divorciarse. Acá
no hay lugar para aparatosos estrados hollywoodenses, ni siquiera para finales
discursivos memorables; el espectador, en todo momento, siente el peso de
impartir justicia, actúa como una suerte de magistrado atento a los argumentos
de cada una de las partes.
Los
factores que promueven la ruptura marital derivan directamente de la escasa
coincidencia respecto a cómo continuar. Para Simin es de vital urgencia abandonar el país, y tal como lo había
planeado con su esposo, irse a vivir al extranjero, por el bien de la hija de
ambos, Termeh, de casi once años. Sin
embargo, Nader considera imposible
marcharse ahora; su padre, con quien vive, padece Alzheimer, está débil,
abstraído en un tiempo pasado, desconectado totalmente del presente, requiere
atención permanente. Hay silencio de los personajes en cuanto a juzgar la
situación institucional del país, la cámara insinúa bastante; por mencionar un
detalle casi perturbador, no llegamos a conocer jamás la cabellera de ninguna
mujer, cuidadosamente cubierta.
A
esta primera situación conflictiva de distanciamiento, se va a sumar una
segunda mucho más compleja. Simin abandona
el hogar, en consecuencia Nader
contrata a Razieh
para que cuide de su padre. Ambas mujeres, madres las dos, son la contracara de
lo femenino en Irán. La primera es independiente, profesional, segura de sí
misma. La segunda, en cambio, toma el trabajo pero se lo oculta a su esposo,
temerosa de estar haciendo algo malo, de estar pecando. Su vida gira en torno a
la fuerte convicción religiosa que profesa. Por eso, en el mismo instante en
que todo se entra a complicar dramáticamente entre patrón y empleada, Razieh sólo actúa de acuerdo a los
mandatos islámicos. No puede mentir, aunque eso la perjudique.
La separación logró consagrarse en grandes
competencias, su reconocimiento internacional mayor es haber obtenido el Oscar
como Mejor Película en Lengua No Inglesa. Parte de su mérito está en
representar una cuestión que excede lo cultural: hallar soluciones
complacientes a conflictos cuyas partes tienen algo de razón, poner en
evidencia la inhumanidad, sin grises, de los estatutos legales. Armada como un
inteligente careo verbal entre sus protagonistas directos, sin polarizarlos a
éstos en malos y buenos, la película no detiene nunca ese ritmo tenso que
genera el uso persuasivo de la palabra. Paradigma radical de las sutilezas de
la lengua, en un marco de emociones profundas y dolorosas. “C’est la vie”.
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