EL
TIEMPO NO PARA
Por
Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com
“Paren el mundo que me quiero bajar”,
sabia frase popular que describe los sentimientos con los que, algunas veces,
demostramos el hastío ante la adversa realidad de sabernos solos en el camino.
“Paren el mundo”, como una forma de
saber que hay un otro que nos puede ayudar a resolver lo que en ese preciso
instante nos parece inabarcable, insostenible, demasiado…
Cada día comienza con la ilusión de
saber que el sol nos acompañará, con su luz, su calor, así, sin darnos cuenta
de su compañía. Hasta que una nube comienza a cubrirlo y, en ese segundo, levantamos
la vista hacia al cielo haciendo consciente la ausencia… ¡Qué ironía!, darnos
cuenta de la presencia desde el preciso instante en que descubrimos la
ausencia…
Ha transcurrido el tiempo sin que la
vida me llevara a recorrer las baldosas que, durante 5 inolvidables años,
fueron los comienzos de mis días. El colegio secundario era el gran cuaderno
donde llenábamos las páginas con incertidumbres, pasiones, porvenires
inciertos. Días de ilusiones compartidas, amaneceres lejanos, insoldable
filosofía, mezcla de saberes de libros y de barrios, de historias reales y
poesías inventadas.
Aquellos pasos cansinos que
contradecían la impaciente semblanza del discurso materno… ¿Cómo explicarle a
una absoluta certeza materna de las siete de la mañana, que, en instantes,
sobre la esquina que era nuestra, aparecerían los rostros somnolientos de mis
amigas?… No importaba cuánto tardaran, yo sabía que acudirían. Porque, en esos
años de la adolescencia, cualquiera podía fallar menos los amigos.
Y allí estaban; las palabras se
desperezaban rápidamente, contradiciendo a los pasos que parecían no querer
llegar. De hecho, llegábamos tarde, cuando la mano elevada del celador -gesto
cómplice de “no quiero ponerles otra media falta”- nos hacía correr los últimos
metros entre risas y hojas perdidas.
Hoy volví a esa escuela. Volví
sabiendo que quien fue mi querida directora, ya no estaría allí. La muerte, con
su implacable actitud, la vino a buscar. Yo no sé qué palabras tan convincentes
habrá elegido para ganarle la partida, ¿o quizás arremetió sin pedir permiso?
Es que nunca fue fácil que se declarara vencida…
Volví queriendo encontrarla a ella en
mis palabras, que alguna vez fueron suyas. Volví aunque ya no hay tiempo
pautado ni medias faltas por no llegar al comienzo de la adolescente jornada.
Me sentí la alumna que prestaba
gustosa y orgullosa su voz, junto a la imagen de los pasos con los Kickers
marrones que tanto tiempo me acompañaron. Esa que la escuchaba atentamente y le
copiaba inconscientemente cada frase (siempre admiré el saber que da la
intelectualidad). “Es otra cosa con guitarra”, “agarrate Catalina, que vamos a
galopar”…
Confieso que busqué su aroma, tan
particular, ese que tenía también su casa, donde todo parecía oler a libros, a
palabras sabias, a exquisita música, a absoluta precisión en todo lo que se
creara, a exigencia de sabores.
Aquellas compañeras que, como
soñadoras adolescentes, compartieron mis días de secundaria, hoy eran las
madres que escuchaban. Algunas de mis docentes me miraban expectantes, con
cariño y respeto. Todos ellos con la mirada cómplice del que compartió al menos
un tramo del camino…
No sé si importa demasiado lo que
dije. El tiempo se detuvo cuando empecé a sentir que había vuelto a casa; a mi
padre -él siempre iba a mis reuniones- al que encontré en la presencia de
algunos; a mis compañeras, que levantaban cómplices las manos cuando las
nombré; y a vos, mi querida directora, mi madre intelectual, aquella de la que
cada una de nosotras tomó un poquito para ser lo que somos… Las flores que
surgieron de la supuesta infértil roca.
Las mismas baldosas que tantas veces
esperaban sus cotidianos pasos, hoy reciben orgullosos a otros, que siguen el
camino. Mi padre, tampoco está ya.
El tiempo no para. Por eso pensar la
vida sin ausencias sería como pensarse en un tiempo detenido, un imposible.
Y esas ausencias, dan lugar a otras
presencias, muchas dispuestas a escribir, aunque sea un párrafo, en las páginas
en blanco de nuestras vidas.
Aquí me quedo, expectante, sin olvido,
pero sin detenerme en la poco prometedora frase según la cual, todo pasado fue
mejor…
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