Por Verónica Ojeda / Téc. en Parquización
Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com
Humedal, convivencia de tierra y agua desde
el Matto Grosso hasta el Río de la Plata, espejo de agua marrón, manchado de
verde espeso conjugado por las más variadas especies de hierbas celosas de sus
flores, de una belleza profusa que sólo internándose uno es capaz de reconocer.
Pájaros pintados, actores de avistajes
canturreando sus trinos afinados, escriben la música instigadora del beso entre
el río y la canoa que ni el acordeón más afinado ha logrado regalar.
Paisaje de viajeros y pescadores solitarios
buscando recodos para detener su marcha y obtener aguas arriba, en
la concordia del clima, la mejor de las presas entre las redes.
Conspicuo anclaje de músicos que
entregados, inducen el encuentro clandestino de las musas con el poeta;
rasguidos de guitarra acunando el silencioso y a veces revuelto hijo del
Amazonas. Mosaico de esponjas flotantes que regalan algún irupé de vez en cuando,
sueñero de fantásticas historias de expedicionarios pintando mapas,
recostados sobre su lecho divagando conquistas. Laberinto insondable de agua
que obediente fluye albergando navíos.
Corredor vital, bañados, el río, los ríos.
Colores, sonidos, fragmentos de una biografía
inagotable, riqueza de la cultura, viaje, encuentro. Mirar el mapa, reinventar,
perderse, viajar para encontrarse. Cauce, golpeteo de aguas, trayendo el
camalotal… Mezcla de barro y arena. Barcazas oxidadas esperando como olvidadas
que de una vez por todas, el río se las lleve hasta el fondo y sean sepultadas
por el barro y la tosca, junto con sus historias de pescadores que
farsantes, contaron alguna vez haber visto un monstruoso animal que merodeaba
en los adentros del gran delta.
Reflejos del sol brillando como pequeños
espejitos, el agua ya quieta, otros sonidos de motores se alejan y lentamente
el oleaje regalando un suvenir de la corriente. La tomo entre mis manos, aún
hoy la conservo en un agua distinta, quieta, pero que en la compañía de otras
ha sabido resistir y así lo hará, porque espera impetuosa la primavera para dar
a luz la primera flor. Jacinto de agua, me dijo un baquiano para que
me vaya contenta. Lindo día que le regaló el padre a los hijos,
vocifero, mientras nos levantaba la mano y con un silbido llamaba a
su perro que lleno de regocijo se daba un chapuzón, la negrura de su pelaje
casi se perdía en el agua. Desde la barranca de enfrente un chico
medio despeinado y con la suciedad propia de quien ha jugado hasta el cansancio,
hacía señas mientras el mayor, remaba hacia nuestra costa en busca del pescador
y su perro. El encuentro ya casi era próximo, el silencio reinante hacía
posible escuchar el golpeteo del remo en el río; el hombre una vez a
bordo, da la orden de partida, iniciando un diálogo que quizás dure
hasta la llegada al rancho.
El padre y los hijos, los hijos y el padre.
Y como ellos,
nosotros también emprendimos el retorno, ya cae la tarde.
En una breve ceremonia silenciosa, el padre y
el hijo recogen las tanzas que caprichosas se enredan entre camalotes
de acuáticas, pero con paciencia de pescador saben ganar.
Ojalá haya muchos días iguales, por el solo
hecho de verlos disfrutar.
Feliz día a todos los padres, en especial al
mío y al papá de mis hijos.
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