HORAS ACIAGAS
El martes 3 de marzo por la madrugada, llovieron 130 milímetros en tres
horas. Chabás se inundó en casi toda su periferia, así como en el Boulevard
Carlos Casado de cabo a rabo. En la misma situación quedaron las calles que comunican
las dos mitades de la localidad. Recién el viernes terminó de discurrir
completamente el agua, que en algunos sectores parecía haber quedado encerrada,
sin encontrar cauce por donde drenar. Las imágenes lo dicen todo, no obstante,
sumémosle algunas palabras.
Por Alejandra Tenaglia
Apenas pasadas
las 2 de la madrugada del 3 de marzo, un trueno estrepitó la localidad, mas
nadie imaginaba en ese momento que un par de horas más tarde, mucha gente
encontraría agua bajo sus pies, al intentar descender de sus camas.
A las 6, me llegó
un mensaje de texto con la información de que los Bomberos estaban trabajando
con familias a quienes se les había inundado la casa.
Un mail de la
Comuna notificaba que habían caído 130 mm en 3 hs, y que por lo tanto se declaraba
la Emergencia Hídrica.
Cielo gris.
Llovizna. Bicicleta y cámara de fotos. Ni la calle donde vivo (Rivadavia), ni
el resto que atravesé hasta llegar a la ruta, se encontraban comprometidas. Debajo
del puente que atraviesa la vía, ya se podía tomar dimensión de lo que había
sucedido. El boulevard Carlos Casado era, literalmente, un río. Una doña miraba
con su bolsito en mano, sorprendida ante el espectáculo y dudando si cruzar o
no. Si no es urgente, déjelo para otro momento. Emprendió la retirada.
En los tramos de
veredas que no habían sido invadidas por el agua, se veía a uno o más vecinos,
con los brazos en jarra y la preocupación en el rostro, mirando la correntada.
Misma situación
en las calles que sirven de paso a uno y otro lado de la localidad. Algún
vehículo se le animaba igual a las bocacalles, que les tapaban la mitad de las
gomas. No pude ir más allá, pero supe que todo el lado del pueblo, donde se
halla la Iglesia, estaba seriamente comprometido más aquí o más allí. Era aún
de mañana. A la tarde el agua avanzaría, ya no por la lluvia sino por lo que llegaba
desde los campos, como todos comentaban.
“¿Para dónde
tiene caída el pueblo?”, me pregunta un señor con bronca en la voz y en el
rostro. Y se va. De qué le sirve una respuesta ahora, si igualmente para
avanzar, debe arremangarse el pantalón hasta por encima de la rodilla.
El Parque
Centenario, una laguna marrón arbolada. Ahí la preocupación apretaba la
garganta y la tristeza estrangulaba la visión. Hasta la cintura les llegaba el
agua en una esquina, a unas valientes mujeres que por allí pasaban. “Las
compras hay que hacerlas, tenemos que comer”, me dijo una jovencita que pasó a
mi lado rumbo a ese paisaje aciago que la esperaba, como si necesitara
justificarse ante mi asustada expresión. Poner el cuerpo. No hay elección.
Por la tarde, la
crecida llegó. Avanzó sobre un tramo de la ruta y sobre calles antes a salvo. Hasta
un remolino donde serpenteaba basura se armó en la esquina de Casado y
Quintana. Algunos vecinos conservaban el sentido del humor, y hasta posaban
para las fotos. Otros aseguraban que esto, se sabía, algún día iba a pasar
porque no se hacen las obras que corresponden. Hay quienes afirmaban que “la
naturaleza nos está pasando factura”; y quienes aprovecharon para salir a
pasear y ver de cerca el fenómeno que no los rozó en sus hogares, sin
conciencia de que al transitar con sus vehículos por las calles inundadas, el
agua ingresaba en las casas.
El miércoles la
situación mejoró, muchas calles aparecieron despejadas. No fue el caso del
Barrio Centenario. El hilo siempre se corta por lo más delgado. El pueblo
parecía haber recuperado su ritmo habitual. Hasta podía creerse, caminando por
el centro, que todo se había solucionado. Sin embargo ese rincón de la
localidad, seguía espejando las construcciones linderas. El olor fétido
aumentaba. Una madre me contaba que algunos vecinos se habían ido, que los
chicos habían matado un par de “viboritas”, que había ratas. Mis pies apenas
calzados en unas chinelas, ahí, cubiertos de agua, se llenaron de terror. Sin
embargo el pudor fue más, me quedé clavada en el lugar. Mientras charlábamos,
con los mosquitos rondándonos sin cesar, un grupito entre los cuales se
encontraban los hijos de la señora, protegidos por la ingenuidad y la frescura
de la infancia, jugaban sumergidos en ese líquido marrón. “¿Y si los saca de
ahí, doña?, hay mucha mugre… se pueden enfermar”. “Adentro de casa todo está
mojado, por lo menos acá se divierten”. Consejo de salón, sabiduría de carne y
hueso.
Qué difícil
dormir, con la culpa de una habitación seca y con el encadenamiento desprolijo de
los pensamientos en pleno movimiento.
Hace por lo menos
25 años que se habla del efecto invernadero, el recalentamiento del planeta, el
aumento de las lluvias, los fenómenos climáticos extremos, las consecuencias de
la tala indiscriminada de árboles, la labranza cero y demás cuestiones ligadas
al medio ambiente, afectado por la acción del hombre. Cuestiones no menores, al
contrario, pero imposibles de abarcar en un análisis simple como este. Ahora, yendo
a cuestiones concretas, ¿qué han hecho los administradores del país, de las
provincias, de las ciudades y los pueblos, que sabiendo de esa anunciada
situación, no han podido anticiparse a los hechos? ¿Siempre es “récord” la
lluvia que inunda? ¿Hay una diagramación, un criterio, un estudio, una
planificación cuando se pavimentan las calles?, porque era caminar por Chabás, encontrar
una cuadra inundada, otra seca completamente, la siguiente nuevamente oculta
hasta el comienzo del cordón... A nivel departamental y/o provincial, ¿se coordinan
de verdad, políticas, para que una localidad no inunde a la siguiente, y así
sucesivamente? ¿Hay gente competente en las secretarías y ministerios o se arman
los equipos de trabajo con amigos, como si fuera para jugar el fulbito del
lunes por la noche? Los legisladores, en vez de usar su tiempo para declarar a
tal pueblo capital del avión a chorro, manifestar su repudio contra las
matanzas de koalas en el otro rincón del planeta, o declarar de interés la
fiesta del choripán, ¿no podrían usar mejor su tiempo de trabajo en asuntos de
este tenor? Porque sabe qué, yo soy una simple ciudadana como usted, no tengo
idea qué obra necesita el pueblo y/o la provincia para que esto no suceda otra
vez, y había pensado entrevistar ingenieros que nos puedan brindar especificaciones
sobre lo que pasó, pero escuché algo interesante que dijo el meteorólogo de
Canal 13, en uno de esos días donde igual fenómeno que en Chabás y otras
localidades santafesinas, se dio en Córdoba y Santiago del Estero, y me pareció
que englobaba una respuesta bastante atendible. El tipo, palabras más, palabras
menos, reconoció que sí, había llovido mucho en pocos días, y que en ese
momento el fenómeno de abundantes precipitaciones se estaba desplazando más al
norte del país. Pero que muchas localidades seguían complicadas porque el agua
no podía salir, había quedado atrapada dentro de los poblados, por lo tanto el
problema ya no era el clima, sino “la estupidez humana”. Algo habrá que
repensar, si no queremos que, literal y metafóricamente, nos tape el agua.
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