“EL
SEGUNDO SEXO”
Por Julieta Nardone
julinardone@gmail.com
“No se
nace mujer: se llega a serlo”. En esa fuerza de oposición nos empuja este libro
a superar la superficie del debate sobre la condición femenina, tema tan
trillado como difícil de tratar. Insistentemente se habla de liberación de la
mujer, remitiendo a tirar el delantal por la ventana y, de paso, la toalla.
Queda demasiado supeditada –esta polémica- a la liberación sexual: desatarnos
en la cama, a puertas cerradas, allí se termina la conquista. O el otro
discurso que enarbola “ocupar roles, ganar espacio”, pero repitiendo las mismas
reglas de la matriz machista: someter, dominar al otro, volverlo objeto de las
propias necesidades y deseos. Por supuesto que ahí, ni empieza ni termina la
conquista. El sexo, tanto como las convicciones, el amor, el trabajo, la
amistad, enemistad, todo, todo, puede decodificarse a la luz del “género” e
interpretarse como la historia de una sumisión. Lo más arduo y aún pendiente,
según parece, es la liberación mental, espiritual. La jaula mayor, como
siempre, es nuestra propia cabeza. No hace mucho leí en las redes: “No tengas
miedo a tener mente abierta, tu cerebro no va a salir volando”. Gran metáfora.
Los primeros pasos de toda liberación son dolorosos, muy dolorosos; y causan
temor, vértigo, la sensación de quedarse sin apoyatura, razones o fundamentos
(el cerebro volando). Es un desgarro en soledad, en plena lucha interna:
matrimonio / no matrimonio, maternidad / no maternidad, etc. A menudo trae
aparejado la decepción de los otros (esos importantes “otros”: amigos,
familiares, compañeros), y hasta de las propias expectativas que uno alimentó
(y alimentaron) desde la infancia. Esto le ocurre a cualquier ser humano que
quiera, necesite, tienda a trascender lo dado: alterarse, transformarse. Ir más
allá de la determinación biológica, social, económica, de clase, de género. No
es una tarea sencilla “ser” en el mundo (sí, porque es una tarea, una
construcción perpetua), y menos cuando se “es” como parte de un grupo reprimido
o, a lo sumo, coaccionado durante siglos. Eso nos dice Beauvoir en cada página,
con datos precisos, referencias culturales, críticas al psicoanálisis, al
materialismo histórico, a las religiones, a los mitos, porque la “mujer está dividida contra sí misma mucho
más profundamente que el hombre”. “Es más confortable sufrir una esclavitud ciega que liberarse”, insiste
asumiendo todos los riesgos.
“El segundo sexo” aparece en 1949, precoz y revolucionario si se
tiene en cuenta que inmediatamente a la posguerra se larga a desmontar todas
esas capas histórica y culturalmente enquistadas sobre la alienación de la
mujer (en ese sentido equiparada con la clase obrera). Filósofa
existencialista, Simone de Beauvoir (1908-1986) proclamó escapar de la violencia
sexual, marital, cultural. La posibilidad de disociar amor / sexualidad / casa /
procreación. Lo biológico no es tan determinante, ni es antinómico el conflicto
entre los sexos. Lograr igualdad sin suprimir las diferencias, una auténtica fraternidad con el otro; inventar nuevas relaciones carnales y afectivas,
promover existencias auténticamente asumidas, trascender en proyectos y no
replegarse al ciclo doméstico.
Sus
detractores subrayan como contrasentido el que ella fue quien mejor comprendió el
vínculo histórico entre hombres y mujeres, pero no logró hacer experiencia sus
tesis en la relación que mantenía con Sartre. Es posible y necesario trascender
esa apreciación tan ligera en comparación con el legado de sus ensayos y las
luchas que acompañó. Sus ideas brillantes y severas, su tono vehemente o
incluso “camorrero” fueron casi una biblia ineludible para las luchadoras de
las décadas siguientes. Prematuramente, develó la vida mutilada de la mujer y,
a su vez, los beneficios de esa alienación; de ahí el gran dolor de la plena
independencia.
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