Alguna vez, ¿se puso usted a pensar de qué temas habla?
¿Y cuáles temas no aborda jamás casi sin darse cuenta? ¿Y cuáles esquiva a
sabiendas?
¿Cuánto dice de nosotros aquello que elegimos como motín
comunicativo, en una charla cualquiera? ¿Qué tan fuerte se escuchan los gritos
de lo que no permitimos que asome ni el hocico, en el discurso con el que
andamos el día a día?
¿Tiene usted un catálogo armado, de asuntos que le
importan y sólo habla con determinada gente; y otro siempre a mano para
afrontar salas de espera, filas en el cajero, viajes en ómnibus, encuentros al
paso?
En esta era hiperconectada que nos tocó en suerte, con
aparatos emitiendo sonidos que nos avisan que alguien nos está queriendo -por
lo menos- contactar, ¿reviste el otro su carácter de indispensable para que uno
pueda enviar y enviar y enviar o porque es una singularidad determinada a quien
se dirige el mensaje con el que lo pretendemos alcanzar? ¿Pretendemos
alcanzarlo/a o sólo necesitamos un público que con su sola presencia espanta al
fiel y temido monstruo existencial que es la soledad? Preguntas personales pero
trasladables a todo medio de comunicación, si es que le interesa ser tal.
Bienvenidos a la edición Nº 99.
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