Lugares en el mundo / Barcelona

JAIME GIL DE BIEDMA

Por Ana Guerberof / ana.guerberof@gmail.com



¿Qué tienen en común una habitación del Hotel 1898 de Barcelona a 1500 dólares la noche, la cesión española de Filipinas y un poeta? Si hablamos del poeta de la generación del 50 Jaime Gil de Biedma, mucho. El hotel fue la antigua sede de la Compañía General de Tabacos de Filipinas donde el poeta trabajó la mayor parte de su vida. Por ello, viajó y vivió largas temporadas en Manila, ciudad que sirvió de referente a su mundo poético y que «adoraba», como confiesa en la nota autobiográfica de Las personas del verbo, su antología de poemas. Esta combinación ecléctica de lujo burgués, vida colonial de Filipinas y poesía simbolizan perfectamente al poeta, quien condensó su obra en la juventud porque un día decidió que ya no volvería a publicar nada más.
El Hotel 1898 está en Las Ramblas 109, el centro neurálgico de la ciudad, y se llama así porque es en ese año, y tras la guerra hispano-estadounidense, que España cede Filipinas y, contra todo pronóstico para los filipinos, las islas pasan a ser una colonia de EE.UU. -solo alcanzarían la independencia definitiva en 1946-. Pero mucho antes de que existiera este lujoso hotel, el edificio albergó a la familia de Antonio López y López, marqués de Comillas, luego fue la sede de la Compañía Trasatlántica y, más tarde, de la Compañía General de Tabacos de Filipinas donde trabajó también el padre del poeta. Fue él quien ayudó a Jaime a conseguir su primer empleo tras un intento frustrado de ser diplomático. Desarrolló su labor a conciencia y con esmero, dan cuenta de ello su Informe sobre la Administración General de Filipinas, y sus años de servicio. Compaginaba su empleo con una vida nocturna intensa, y un trabajo poético innovador en los oscuros años del franquismo.
Durante la reciente reforma del edificio, se obligó a los constructores a mantener las fachadas, la entrada y los salones coloniales (donde trabajaba Jaime Gil de Biedma). La visita a estos salones no forma parte de la ruta turística de esta ciudad. De hecho, me sorprende lo fácil que es concertar una visita por teléfono y la increíble amabilidad de las encargadas, Amparo y Raquel. Me avisan que los salones y el despacho de Gil de Biedma no contienen ningún objeto personal del poeta ya que ahora se usan para funciones privadas. Acepto igualmente como si este encuentro organizado para que yo escriba esta crónica me confiriera una importancia de la que carezco.
Al bajar por Las Ramblas para acudir a la cita, descubro, a pesar de haber pasado tantas veces por allí, este imponente edificio neoclásico custodiado por Hermes y la Diosa de la Fortuna. Cuando vives en Barcelona, recorres esta calle a paso más veloz, no solo porque es un hervidero de personas, sino porque ha perdido el encanto que tenían los quioscos de antaño sustituidos casi todos por tiendas de souvenirs y de comida para llevar que podría pertenecer a cualquier lugar del globo. Las puertas giratorias originales dan paso a una entrada de mármol con un tragaluz de cristales pintados. A partir de ahí, se abandona el pasado y se entra de lleno en un hotel de lujo que imita y se inspira en el pasado colonial de Filipinas: maderas oscuras, plantas tropicales, sillones de cuero negro, persianas de madera, lámparas con luz tenue.
Raquel me acompaña hasta los salones coloniales que están en la segunda planta. Existe cierta disparidad de opiniones, por lo que compruebo, sobre cuál de todos (conectados entre sí por puertas de doble hoja) era el despacho de Gil de Biedma, pero Raquel me explica que creen que es este del final a la derecha. La sala es amplia con un balcón de piedra que da a Ramblas, las paredes revestidas de madera, un discreto artesonado en el techo y una chimenea de mármol. Es difícil imaginarse aquí a Jaime Gil de Biedma, es difícil respirarlo, es todo demasiado hotel de lujo, demasiada sala de reuniones. Me hubiese gustado que el lugar hiciera alguna referencia, aunque mínima, al autor: una colección de sus libros, por ejemplo, que mostraran algo más que una simple reconstrucción mobiliaria. Me asomo al balcón e imagino lo que veía desde aquí el poeta: un enjambre de trabajadores de una sociedad en transición, quioscos de pájaros y de flores, muy poco que ver con la Barcelona turística del s XXI. No queda más por mirar en la sala. Volvemos al suntuoso vestíbulo del hotel y Raquel me regala un libro sobre la reconstrucción del edificio y responde con una gran paciencia y simpatía a todas mis preguntas. Es ella, sin duda, lo mejor de la visita.

En la poesía de Gil de Biedma no he encontrado referencias explícitas a este lugar donde pasó tantas horas desde 1955 hasta su muerte en 1990, pero está claro que sus viajes a Filipinas fueron claves para la formación de su personalidad y de su poesía. Él decía que su poema preferido, el mejor que había escrito, era «No volveré a ser joven», pero quizás el poema que mejor acompañe a esta crónica sea «Ha venido a esa hora» que hacia el final dice: «La calle entonces. / Como entonces ajena. / Y el aire oscurecido / la noche que se acerca. / Cuando dobla la esquina y aprieta el paso, sueña / que el tiempo no ha cambiado, / jugando a que regresa. / Luego pasa de largo, / y piensa: fue una época».


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