Crónicas / Despedidas

Por Ana Guerberof / ana.guerberof@gmail.com

Como ya les confesé en alguna ocasión, no soy muy amiga de las despedidas y, en cierto modo, en este último número de esta etapa de El Observador, un hasta pronto parecía impostergable. En este mes pensé en cómo despedirme, en qué decir. Finalmente, me di por vencida, lo de las despedidas y los finales no es lo mío. En su lugar, opté por que esta crónica fuera una manifestación de mi agradecimiento por el tiempo compartido.
Durante estos ochos años de nuestra vida en común, he escrito ochenta y siete crónicas. En la primera crónica les hablé del Mundial de fútbol que ganó España y del poco entusiasmo que vivimos en Cataluña en comparación con la algarabía que yo había vivido en los mundiales conquistados por la selección argentina. Desde ese tímido inicio, les he hablado de la crisis política y económica española, sí confieso que me he reído bastante de Mariano Rajoy, y que me ilusioné con el movimiento de indignados que ahora nos parece lejano, pero que acabó con la creación del partido Podemos contra el pronóstico de los que no creían que un movimiento espontáneo podía crear un programa político. Hemos seguido paso a paso el crecimiento del movimiento independentista en Cataluña que culminó el mes pasado con la declaración de independencia que les relaté en una de nuestras crónicas (todavía nos queda todo por ver en las próximas elecciones del 21 de diciembre). ¿Y recuerdan cuando les conté el casamiento de mis amigos Ramón y Gerard tras la aprobación del matrimonio gay? ¿Y de mi amiga Amanda y sus increíbles viajes por el mundo (casi la perdimos en el tsunami de Japón)?
Les he presentado a gente corriente con vidas nada corrientes e ideas nada convencionales. Hasta entrevisté a mi madre, Mercedes Arenas, que nos contó cómo las personas menos esperadas nos ayudan en el camino cuando más lo necesitamos y que el amor, en su sentido más amplio, es importante para vivir; también hablé con la abuela de mi amiga Olga, Angelita Navión, que sugirió que los políticos devolvieran el doble de lo que habían robado; con la gran Mayte Oriol Grau que nos invitó a volver al campo para reconectarnos con nosotros; con mi maestra de yoga, Mariona Costa, que nos invitó a mirar de frente al ego para domarlo; con mi amigo Lluís Vallés que nos contó cómo crear un proyecto social para integrar a las personas con trastornos mentales; y con las poetas Anna Bou, Marta Pera y Xènia Dyakonova que nos hablaron de que la poesía podía ser sexy.
Les traje también aquellas historias donde la realidad superaba, y con creces, a la ficción: la mujer que atracó por estas fechas pero hace dos años un banco con dos revólveres de plástico, el pequeño Wang de Nantong que se amputó la mano para acabar con su adicción a internet, Vitaly Kaloyev que perdió a su familia cuando se estrelló su vuelo en el Lago Constanza y acabó asesinando al controlador aéreo del aeropuerto, la historia de Hanan que tras una operación de cesárea se le tuvo que extraer el teléfono celular que se había dejado su médico, el increíble rescate en el Everest de Lincoln Hall gracias al equipo de Daniel Mazur… Historias increíbles, sin duda.
Gracias a la máquina del tiempo, viajé a través de los siglos para entrevistar a mujeres tan increíbles como a Jeanne Baret, la primera mujer que circunnavegó la Tierra; Annie Londonderry, la primera mujer que dio la vuelta al mundo en bicicleta; la Malinche, la primera mujer intérprete de los conquistadores; la artista Suzanne Valadon que ejerció la prostitución mientras aprendía a pintar de los más grandes; a Dianne Fossey, le mujer que consiguió salvar a los gorilas de Uganda y Ruanda; e incluso pude viajar al futuro para ver cómo es la vida que espera a las siguientes generaciones.
Este año recorrí Europa para mostrarles las casas de Federico García Lorca, Lope de Vega, Bertolt Brecht, James Joyce, Sándor Petofi, Sigmund Freud, Jaime Gil de Biedma, Victor Hugo y a través de esos lugares íntimos, conocer un poco más de sus vidas...

Y todo esto no hubiera sido posible sin su atención y sin la constancia y dedicación de la infatigable Alejandra Tenaglia que mes a mes consiguió reunirnos a todos en este gran salón que es El Observador, nuestro periódico. Todos ustedes han hecho posible que yo me sienta casi como una ciudadana más de Chabás, un lugar en el que estuve unas horas ya hace unos cuantos años y que, sin embargo, siento muy cercano, y que forma parte de mi biografía elegida. Espero que nos veamos muy pronto y, de nuevo, muchas, muchas gracias por estar ahí estos años… Ahora sí, nos toca lo que nos toca, decirles un gran ¡hasta siempre!

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