VIAJE AL PRINCIPIO DE LA NOCHE
Por
Julieta Nardone / julietanardone@gmail.com
Esta
vez, como ya sospecharán, la propuesta es un desafío. La autora, conocida por
todos nosotros en su labor de cronista y directora de este periódico, nos lleva
hacia las tierras movedizas de la literatura para poner en jaque constante al lenguaje
cotidiano. Es hora de representar lo irrepresentable. Decir lo indecible. Sin
renunciar, de ningún modo, a la palabra.
Esta
primera novela -atentos queridos lectores- estará disponible a principios del
próximo año por la Editorial bonaerense Muerde Muertos, y distribuida en todo
el país a través de Editorial Galerna.
Creo
que fue Saer quien alguna vez habló sobre la aconsejable neutralidad cuando uno
discurre sobre obras cuyos artistas son parte de nuestros afectos. Así, toda afirmación
puede estar motivada por los resortes del cariño profesado a la persona que
mueve los hilos de la ficción. Pero en realidad, sugería el santafesino, lo que
sucede es que las certezas y valoraciones nos vienen, firmes, por tener un
conocimiento más cabal de su cosmovisión. Y en eso confío…
Una
primera percepción repunta desde el título mismo, sugiriéndonos el aleteo
ambivalente de un espíritu insobornable, por alusión directa a la obra cumbre
del escritor francés Céline: Viaje al fin
de la noche (1932). La historia comienza con el regreso de Victoria Tell al
pueblo natal, Sauce, a causa de la frágil salud de su madre. Tras pasar por
temporadas de vida urbana (Rosario, Buenos Aires), la protagonista se ve en la
necesidad de volver a la casa donde creció. Espacio azotado por una tragedia
familiar que redujo el círculo íntimo. Todo se angosta: la comunidad pequeña con
sus omnipresentes miradas, las habitaciones vaciadas por la ausencia. Angosto,
angustia. A la par de aquel famoso verso de Pavese “para todos tiene la muerte
una mirada”, vale decir también que para los desviadores del camino común,
normal o esperable, para todos esos átomos
sueltos, la voz impersonal del pueblo tiene una fabulación explicativa.
El tono intimista de la novela nos toma
por entero en la lucha por apagar recuerdos, desentrañar el miedo, aliviar el
sufrimiento, aceptar, elaborar refugios, renovar pactos… La intriga crece por
los laberintos de la memoria, entre giros inesperados, resplandores de furia: latido
humano que se inscribe en el texto como un cuerpo vivo, cuya nervadura tiene el
tejido del dolor, la venganza, el amor. La sangre vuelta tinta irriga el coraje
hacia la necesidad, después de todo, de vivir la propia vida: “No sé qué es normal. No sé si quiero ser
normal. Quiero no sufrir, nada más.
Tengo
miedo. Miedo real y actual. No es miedo al miedo. No es creer tener miedo. Es
sentirlo, al miedo, actual. Miedo a lo que veo, a lo que escucho, miedo a lo
que siento...”
El artesanado del estilo dispone la
materia de forma tal que bien podría calificarse de texto realista. No
obstante, está muy lejos de ser neutro, transparente. Las palabras se cargan de
sentidos por el encadenamiento mismo de los sucesos, dejando a cada paso una
explosión polisémica que llena de voces cada signo. Asimismo, los epígrafes que
abren las cinco partes que integran la novela, nos hablan al oído, señalan un surco,
pactando con el lector de manera misteriosa y secreta. Hay, por otra parte, una
gran mixtura de géneros discursivos: diario íntimo, correos electrónicos,
diálogos del presente y del pasado, fragmentos de las clases de historia,
reseñas escritas para un periódico zonal… La narración se compone de piezas
heterogéneas; de las cuales algunas de ellas se pliegan como fluidos de la
propia conciencia, asociaciones libres que elevan la temperatura poética hasta
la sublevación. Victoria se rebela a una condición de opresión, que antes que
nada, es su condición de mujer. Su cuerpo, portavoz de malestares culturales,
necesitará una y otra vez desarmarse y rearmarse: “Quizás pase por esta tierra sin haberme unido en ningún momento, con
la naturaleza. Sin haberme ella, dado una tregua. Todos los meses sangrando. Y
el primer día de ese sangrado, antes de que el sangrado suceda, la naturaleza
con su ímpetu subyacente pero arrollador desvanece mi sueño y obtiene mi mejor
mirada. Una mirada ingenua y curiosa, que en la vigilia no tiene posibilidad
alguna de ser.”
Toda la novela señala el fin de metáforas
muertas. El género, la generación y lo generativo. Se pulverizan, también, los
binarios del amor-odio / mujer-hombre / paz-violencia. Tampoco hay grietas. Todo explota… allí donde la
censura parece ser más aguda, allí hace sus manifestaciones el río anárquico de
la existencia. La protagonista amasa su historia con manos de niña-mujer… el
relato eleva, y sus crepitaciones arden frente a nuestros ojos: “Haré literatura dura pero bella, honda pero
tierna, firme aunque sensible. Como debe ser. Como es. La literatura siempre es
escrita con sangre y sepia”.
El final late entrelíneas, oculto...
Allí, donde se aloja el principio de la noche -el comienzo de la oscuridad que
usted va a atravesar-, también encontrará un desenlace que abre
cuestionamientos de todo tipo. Ya lo verá…
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